jueves, 30 de diciembre de 2010

Libre

Hasta hace unos días conservaba esperanzas como uno de esos pájaros que guarda comida para el invierno. Yo me alimento de sueños y, como buen pájaro prevenido que guarda comida para los tiempos fríos, guardé un puñado de ellos.
Afortunadamente, y sé que suena un poco raro, hay sueños que no son a prueba de tiempo.

Lo bueno de ser yo es que puedo, como tal vez muchos otros, ver agua en el desierto.
Encuentro flores hermosas en donde no hay más que ramas secas y, gracias a estas visiones distorsionadas de la realidad, puedo escribir cuentos y canciones.

Me la he pasado años en esas y no siento que esté mal.

Lo difícil es distinguir lo real de lo inventado.

Cuando se encuentra lo uno con lo otro salen chispas. Son chispas que hacen que a uno le duela el estómago y quiera salir corriendo para no soportar el dolor que causa el choque de este, casi, fatal encuentro.

Esas chispas dan una luz que da un poco de miedo y hacen que uno cruce un portal que no quisiera enfrentar nunca.

Podría apostar que ni siquiera la mismísima Alicia, por más conejos que prometan aparecer, cruzaría un portal tan incierto y frío.

Las piernas tiemblan, el corazón se pone a mil por hora y las manos sudan entre caliente y frío.

Yo me las doy de valiente y me la paso cruzando el portal de un lado para otro. Veo cosas que no imaginé nunca ver y mucho menos soportar.

Veo la realidad sobre la que escribí un par de canciones, y muy contrario a lo que hubiera pensado hace más de 36 meses, no me gusta.

Me da dolor de panza, pero no prometo no cruzar otra vez.

Es increíble como también ciertos sueños se destiñen a la primera lavada, tal como el Príncipe Azul del que habla un libro por ahí. Podría jurar que lo inventé, lo guardé y lo cuidé mucho.
No permití que le diera mucha luz para que se conservara fresco, lo protegí de la lluvia, del polvo, del calor y el frío, pero su fin fue inevitable. Se destiñó, y aunque suene un poco arrogante de mi parte, desteñido ya no lo quiero.

No sé si les pase lo mismo a los pájaros.

Imagino que también guardan y cuidan de sus semillas, pero al final tendrán que desechar alguna porque han sido víctimas del tiempo.

Estoy casi segura de que todos somos pájaros en algún momento.

Conservamos semillas de sueños para algún día poder alimentarnos de ellas, pero, al igual que el pájaro que clasifica las semillas para su sustento, tenemos que clasificar los sueños para poder levantar el vuelo, encontrar nuevas semillas y esconderlas en un nido seguro, así a la final estas sirvan solamente para escribir canciones.



domingo, 5 de diciembre de 2010

Cartita para mi Papá

¡Hola Papito!

Hacía rato quería escribirte.

Tengo para decirte un montón de cosas.

No sé por donde empezar.

Hace rato he querido hablarte como solía hacerlo un tiempo, y por alguna extraña razón, no he podido.

¡Tu silencio pesa mucho! ¡No te alcanzas a imaginar cuanto!
Sé que me escuchas, sé que me cuidas y sobre todo que me amas, pero en estos días y frente a ciertas preguntas, te he sentido callado.

¿Qué pasa Papá?

He optado por no pedirte nada.
Me da miedo, porque no sé qué es lo que quieres para mi. No quiero llevarte la contraria ni tampoco imponer mis deseos a los tuyos.

Te necesito y mucho.
¿Sabes una cosa?

Me siento sola.

Sí.
Muy sola.

Sé que me das regalos hermosos todos los días, que no me abandonas y eso es hermoso. Amo de forma imperfecta todo lo que me das. Te reconozco en cada segundo de mi vida, te siento y te necesito, pero

¿sabes?

A veces me hace falta alguien de mi especie. Alguien de carne y hueso como yo. Que sea tan trabajador, tan juicioso, tan alegre y tan imperfecto como yo.

Un compañero de viaje, a quien pueda amar sin miedo.

Sé que el destino está en tus brazos y es allá donde siempre quiero estar, pero a veces quisiera un abrazo o un beso llenos de amor, de alguien de mi especie. Sabes que he tenido muchos, sabes que a quienes he dicho amar, han encontrado mejores opciones para compartir sus vidas y sabiamente me han hecho a un lado.

Sabes que he llorado, y mucho; pero también sabes que tengo un corazón bueno, a prueba de golpes, y que de veritas de veritas, quiero compartir mi vida con ese príncipe azul del que me hablaban cuando era niña.

Hoy no estoy orando.

Te estoy hablando de hija a Padre.

Ya no quiero más juegos, no quiero seguir siendo el secreto de nadie. Tampoco quiero una salida fácil para no sentirme sola. Te escribo porque Tú me conoces más que nadie y sabes perfectamente lo que necesito.

Hoy quiero Papito, que me regales un compañero de viaje.

Que no se canse de mi y que yo no me canse de él. Que se ría de mis ocurrencias y que tenga muy buenos chistes por contar. Que sea mi cajita de música para cuando yo esté cansada y no tenga ganas de cantar.

Mi cómplice, mi sueño en carne y hueso.
Sí.
Un compañero de viaje.

Hecho a la medida, y como ya había dicho alguna vez, a prueba de cielo.

Creo que por el momento no hay nada más porque molestarte.

Gracias Papito, porque sé que siempre me escuchas y concedes mis deseos.

Espero muy pronto poder hablar contigo, con tanto gusto y franqueza como hasta hace unas tantas noches.

¡Un beso en tu cachete izquierdo, que te dure de aquí hasta el próximo invierno!

Te quiere mucho y promete no volver a reclamarte

Tu Ovejita gris.

martes, 23 de noviembre de 2010

Cuando Pepe Grillo por fin se quedó dormido.

Un teatro.
Un traje.
Una ópera
de
Un tal Verdi.
Un coro.
Una fiesta.
Un vestido.
Un parejo.
Unos ojos.
Una boca.
Una mano.
Una nariz con forma de recuerdo.
Un hombrecillo que toca el piano.
Una mujercilla que juega a hacerse la grande.
Un fin.
Un comienzo.
Una obra aún por montar.
Un viaje por hacer.
Un beso por robar.
Un robo por planear.
Un aria por cantar.
Un piano por encontrar.
Una excusa.
Un ensayo.
Una visita.
Una madre,
ADORABLE!
Una perra.
Una lora.
Un almuerzo.
Unos ojos.
Unas pestañas largas.
Unas risas.
Unas tantas.
Un abrazo.
Uno o dos almuerzos.
Un almuerzo.
Un descanso.
Un sueño.
Tu sueño que fue mi sueño cuando te vi teniendo sueños.
Un piano.
Un beso por robar.
Una canción por cantar.
Una historia por contar.

Sí señor Pepe Grillo.

Me encantó verlo dormido.



domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuestión de días

Hace pocos días cuando me levanté, me tomé el café de todos los días y salí a la calle.

De camino a la rutina me encontré con un desconocido. Llevaba un sombrero negro y grande, casi tan grande como los centímetros que roban espacio a la atmósfera para permitir que él exista. En total, el mentado señor de sombrero negro, le robo al espacio 190 centímetros de altura, y como unos 100 de ancho. Lo suficiente para soportar el peso de los sueños y la densidad de el agua que se necesita para poder acudir a las lágrimas de vez en cuando.

De ese sombrero salían muchas cosas.

Sobre todo canciones.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Dios!!!!!!!!!!!

Eso era lo que más me gustaba.

De repente le salía uno que otro mal pensamiento...esos también me gustaban,

Y MUCHO,

porque yo participaba en muchos de ellos y no le encontrábamos ningún problema a materializarlos muy a pesar de su historia y de la mía.

Otro día me levanté, ya queriendo ignorar al extraño del sombrero, pero cuando salí de nuevo a la calle, él estaba ahí. Sentado sobre su guitarra y con una melena hecha de espirales que me enredaban la moral cada segundo que me colgaba de ellos para robarle un beso.

Nos seguimos encontrando y me seguía yo enredando.

Llegué a amarlo tanto así como amo el café.

Aún a sabiendas de que hace daño, decidí beberlo sorbo a sorbo, como si fuera la última taza remanente en la cocina.

Caminando de su mano estuve cerca de alcanzar el cielo. De hecho, creo que lo alcanzamos muchas veces. Jugábamos a saltar de estrella en estrella y a escondernos en agujeros negros que eran la trinchera perfecta para jugar a amarnos.

Vaya que lo amé.

Para un simple mortal, lo malo de ir al cielo es que en algún momento hay que bajar a la tierra. Y sí señores como muy seguramente era de esperarse, me bajé yo primero.

Dolió.

Dolió tanto como debe dolerle a un ángel meterse en el vientre de una madre para venir a enfrentar esta sucursal del infierno apodada tierra.

Dolió y los raspones no se me han pasado.

Claro está que tengo un secreto para que ya no duela tanto.

Cada que miro al cielo, busco agujeros negros.

Agujeros negros para tirarles todo eso que aún me quedó por darle al señor del sombrero. Muchos besos, muchos sueños, miles de canciones y muchas noches que están en deuda por una historia que aquel señor no quiere dejar de contar.

Desde aquí abajo, seguiré buscando agujeros negros en ese enorme queso negro que está a cargo de expandirse en las noches para que pueda yo seguir teniendo sueños.

Desde aquí abajo.

Me quedaré dormida para despertar mañana. Buscar de nuevo la rutina y cambiarle la gasa a esas heridas que no han sanado y que todos los días me recuerdan que el cielo existe, pero que no está hecho para mortales, ni siquiera para esos que dicen ser a prueba de cielo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Para el Monacho de seis cuerdas.

Sé que no es un cuento de hadas.

Sucede entre dos comunes y corrientes que decidieron darle una patada al pasado y jugársela por un sueño compartido a riesgo de lo que pueda significar el caminar a ratos de la mano y a ratos de lados opuestos de la calle.

No hay cursilería ni tampoco promesas de amor eterno.

Sin mayores pretensiones nos acercamos cuando se le puede hacer pistola a los principios, y vivimos cada segundo como si fuera el último de nuestra vida juntos.

Con el pelo

.... laaaaaargo.....

más largo que los días que no le veo, y con una guitarra que más que un instrumento es el pasaporte a los sueños suyos y míos, y de tres gatitos más que se atreven a caminar con nosotros, me roba, sin saberlo, los suspiros y las sonrisas que había decidido guardar por miedo.

Esta vez no quiero tener miedo.

Me gusta caminar con el Monachote grandote de sombrero negro y pasaporte de seis cuerdas.

Así.

Con su cara larga y aspecto malgeniado.

No me importa que sea a ratos.
No me importa que sea a escondidas.

Lo que me importa es que cada vez que caminamos juntos, sé que tengo al compañero indicado y que no hace falta gritarle al mundo todo el amor que siento por él, y que encerrarlo en una oficialización absurda de lo que me lleva a amarlo, solo lograría apagar la luz que sale de mis ojos cada vez que lo tengo cerca.

Sí.

Lo amo señor del sombrero negro y pasaporte de seis cuerdas. Lo amo y no se lo voy a contar a nadie.

Ni siquiera a usted.

No sabemos que pasará cuando la luna sepa que ya ha terminado su jornada laboral y el sol decida ya no estar perezoso para salir a trabajar al punto más alto de su firmamento. No sé si se me dará el chance de estar ahí para atestiguar como justifican ellos su salario.

Lo que a ciencia cierta sé, es que me he dado la oportunidad de amarlo cada instante que estamos juntos, y cuando no, me dedico a ser un instrumento de luz, para estar tranquila cuando no lo tengo cerca.

Sí señor del sombrero.

Con y sin usted mi vida sigue intacta.

Aprendí a amarlo como se ama la gente grande.

Con fantasmas encadenados y un montón de mariposas en la barriga que hacen que cada caricia suya derrita los polos de mi conciencia adulta y me rinda a su encanto, tal y como se rinde un niño ante un inmenso helado de chocolate.




lunes, 27 de septiembre de 2010

Hoy me di cuenta de que ya no tengo sueños.
Me doy cuenta de que los niños no vienen de las flores y de que el príncipe azul solo existe en los cuentos de hadas.
Suena a quejadera de tres pesos, pero no me estoy quejando.
Solo quiero exteriorizar de alguna manera lo que he venido sintiendo en estos días, algunos fríos y otros calientitos.
Ya no soy una niña, pero tampoco soy la más adulta de todas. He aprendido a acomodarme a lo que Dios me da todos los días, y a sacarle la lengua a mis principios cada vez que me conviene.
Y me conviene no sentir.
Siento que mi discurso se ha hecho denso y predecible. Barato, diría una amiga mia, pero pues es el que tengo. Ojalá y pudiera hablar con lenguaje florido acerca de lo que pasa en estos días....algo así como que se fue el horrible y frío inviero y que ha regresado la florida y eterna primavera.
Ojalá.
No es resentimiento, no es miedo, no es nada.
Solo que no quiero sentir.
Tengo el corazón anestesiado y no me interesa despertarlo.
Para qué? No me gustan las posibles respuestas a esa pregunta.
Según todos mi historia no puede tener un final feliz, ya debería irme y no querer peras del Olmo.
Soy feliz.
O mejor:
Estoy feliz, si se tiene clara la diferencia entre ser y estar.
Soy feliz hoy y este momento es mi eternidad.
No quiero llamarlo amor.
No quiero ponerle nombre a algo que existe a ratitos.
Solo quiero vivirlo.
Vivirlo con el corazón anestesiado, para que cuando llegue el momento del conducto no me duela, y si duele, pues que no duela tanto.
Así.
Sin fatalismos de novelón venezolano.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Yo también.

Yo también río,

yo también lloro,

también me da gripa,

así se sepa que la voz, con la ayuda inmarcesible de Dios obviamente, es lo que devuelve el alma al cuerpo.

También trabajo y también me canso...
Oro,
y,
¡cómo no!

también digo groserías.

También hago lo posible por ser feliz cada día, así escuche quejas por todas partes y los esfuerzos sean por ser mejor a veces parezcan inútiles.

También me gusta la música y pretendo hablar un par de lenguas.

También sueño.

También me desespero y siento que yerro.

Y sí.

Yerro demasiado.

Me doy cuenta de que soy del común,
de la misma carne y de los mismos huesos.
Los mismos miedos,
las mismas angustias
y la misma pereza.

También yerro

Y E R R O

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡yeeeeeeeeeeeeerrroooooooooooooooooooooo!!!!!!!!!!!!!!

Yerro y es eso lo que a veces le da un sabor raro y diferente a cada día.

¿será que yerro al volver atrás, pero esta vez con freno de mano?

¿Yerro al morir al soñar en vez de morir soñando?

No tengo idea de lo que me pasa por la cabeza.

Solo atino a decir que cuando uno hace planes Dios se ríe y que,
en el momento que Él lo dispone,
cambia la página sin preguntar nada.

¿Qué tienes para mi Papito?

Tengo una alegría inmensa en el corazón, que vivo solo yo, y sabes lo que siento. Pero sé que estoy cometiendo un acto vandálico que me hace feliz a ratos. Me estoy robando el amor de a poquitos. Tengo un secreto compartido que para mi vale oro y aún más que el oro mismo.

El tiempo

Tiempo es lo que necesito Dios

Dame mucho tiempo ...................

tiempo

solo tiempo.


sábado, 29 de mayo de 2010

Para los ojitos más bonitos que haya visto hasta ahora

Hola ojitos!


Hasta hace un tiempo mis días eran un poco fríos.

Intentaba de todas las formas posibles ahogar un recuerdo que entristecía mis días y no encontraba la forma de darle un color especial a mi vida.


Un día apareció un muchacho alto, que hablaba español un poco raro y siempre llegaba consigo una sombrilla azul.
Al principio no me llamaba mucho la atención.
Era un poco tímido y hablaba con muy poca gente.

Hablando con algunas personas de la oficina me enteré de que le decían pestañitas y eso me pareció chistoso.

"¿Pestañitas?"

¡jajajajajajaja!

A nadie en la oficina le habían dicho así antes.

Pero bueno.

Casi todos los días me lo encontraba en los lockers y me dí a la tarea de sacarle palabras cada vez que lo veía. Me gustó su voz, y su acento británico lo hacía un poco, digamos, interesante.

Muy serio para mi gusto, pensaba.

Pasaron los días y seguimos hablando. Nada importante la verdad, cosas del trabajo, salidas a almorzar con los compañeros, la verdad nada que me permitiera ver quien era en realidad el muchacho de la sombrilla azul que robaba mi atención en esos días.

Al pasar el tiempo, sospechosamente una cabecita mona se colaba en mis pensamientos y unos ojos color miel comenzaron a sacarme sonrisas. Me empecé a preocupar. Hacía rato no tenía intrusos en mi cabeza y mucho menos podían hacerme sonreír.

De ahí en adelante mis excusas para ir al locker a tomar café se volvieron innumerables.

Sé que ese café es horrible y que mi gastritis se empeora cada vez que tomo tinto, pero valía la pena.

Valía la pena, porque cada visita al locker era una excusa para hacerlo sonreír y romper el hielo que había entre los dos. Me encantaba que me hablara, que me mostrara su cuaderno grande en donde organizaba sus horarios y se mostrara feliz porque tenía muchísimo trabajo.

Me comenzó a gustar el muchacho.

Me encantaba que lloviera, porque esa también se convirtió en excusa. La famosa sombrilla azul.
Otro motivo para sacarle palabras y encontrar razones para cuadrar citas en el trabajo.

¿¿¿Citas??? Bueno, para mi lo eran (secretamente)


No sé que pasaba por esa cabecita cuando me miraba. Lo que sí se es que me encantaba mirar sus ojos, sobretodo cuando sonreía. Tomaban una forma especial y me decían que dentro de esa frialdad británica había un corazón feliz al que también le gustaba sonreír.

Un día, al almuerzo, me dijo que tenía que tomar una decisión importante. No se me habría ocurrido que podría ser. Sacó de su maleta unos papeles. Me dijo que le había salido una muy buena oportunidad y que no sabía que hacer. Después de saber de qué se trataba, concluimos que lo mejor era aceptar la oferta y renunciar a la empresa.

Fue muy raro. Yo sabía que él me haría falta, pero también sabía que estaría muy bien, mejor que en donde nos conocimos.

Caminamos bajo la lluvia. Fue chistoso como siempre y, sobre todo, muy MUY especial.
Nos reímos mucho, como ya era costumbre. Él entró a la oficina de la jefe y le comentó el asunto. La decisión estaba casi tomada.

Pestañitas se iría de la empresa :(

Desde ese momento, ir a los lockers no es bonito. Me hace falta el vecino al que hacía reír. Me gustaba llegar al segundo piso y encontrarlo preparando sus clases muy juicioso en la biblioteca. Me encantaba interrumpirlo para hacerlo reír y encontrar mil excusas para escuchar su voz y alargar la visita por lo que duraba un café.

Yup.

When I told you I'd miss you, I MEANT IT.

Pero bueno.

Quiero que sepas que disfruté cada momento que pasé contigo. En verdad me sentí muy bien y me gustaría tener muchas más excusas para verte y hacerte sonreír. Esa sonrisa le dio un color hermoso a mi vida y quisiera seguir teniéndolo por muchos días más.

Por el momento me voy. Tengo una gripa que me está matando de a poquitos y mi mamá quiere llevarme al doctor (algo que odio un poco más que cargar sombrillas en mi maleta)

Cuídate mucho pestañitas.

Sé que todo estará bien y que habrá más oportunidades para vernos y hacerte sonreír

Te quiere mucho:

Tu vecina de locker














domingo, 2 de mayo de 2010

A propósito del muchacho de la sombrilla azul

Una canción ha estado robando mis suspiros por estos días.

Hace que la lluvia sea más placentera y que cada momento que recuerde esos grandes ojos miel sea más sublime.


Hace que a cada instante quiera sacar a relucir una metáfora barata o una frase de cajón. Hace que ignore lo triste de su poesía y que lo convierta en sueños y risas tontas.

Esa es la magia de la música.

Que hace trampa.

Mientras su voz canta su tristeza por una amiga que se fue gracias a una enfermedad de corazón roto, mi cerebro y corazón traen una sonrisa fabricada por la combinación de unos acordes de guitarra, el frío de este invierno imparable y la imagen del muchacho de la sombrilla azul.

There's gotta be something better than in the middle

Y debe ser verdad

Solo que estar en la mitad permite que uno toque lo frío y lo caliente,

el júbilo y la pena,

la gloria y la angustia

y es precisamente eso lo que más me gusta de ser un ser humano común y silvestre,

al menos por estos días.

Hoy quiero estar en la mitad porque hoy no quiero que me interesen los extremos.

Y tampoco quiero un gris.

Quiero estar en la mitad del blanco y del negro para poder distinguir más fácilmente el azul que hace que mi corazón salte más rápido y que los escalofríos recorran cada célula encupidada de mis 149 centímetros de estatura.


Come and try a little, nothing is forever!!!!


Ya lo estoy intentando, aunque muerta del miedo para ser honestos.

Porque sé que efectivamente nada es eterno.

Apenas somos dueños de los segundos en los que tenemos los ojos abiertos y es por eso que es tan importante soñar despierto.

Hoy quiero soñarte y soñarme contigo.

Imaginar que tenemos el hoy para los dos y que tenemos todo un cuadro impresionista para hacer una vida juntos. Una historia hecha de muchos puntitos de color que, aparentemente insignificantes, hacen que haya una luz resplandeciente en un escenario invisible para los no invitados a esta escena de la historia.

Una luz que, estoy segura, solo vemos tú y yo.