jueves, 7 de marzo de 2019

Gravedad



El tiempo vacío sirve para recordar todas las cosas que hago mal

los años perdidos del bachillerato
la castañuela rota 
la cuerda de guitarra reventada
mi imposibilidad de abrir la boca y cantar como a mí se me de la gana

para verme al espejo y recordarme lo infeliz que soy desde que empecé a contar calorías
para recordar que hoy comí
de más
que hoy
comí

para pensar que sería buena idea vomitar después de comer
para pensar que solo un idiota consideraría buena idea la de vomitar después de comer
para perder el apetito
para pensar en quemar grasa
para pensar en qué mar nadar
para perder las ganas de ir al mar
para meter en mi cabeza de ahora ese mañana feliz  que aún no existe
para pensar estupideces
para debilitar los ojos detrás de una pantalla
para sentirme mal por perder el tiempo debilitando mis ojos detrás de una pantalla
para hacer ejercicio
para recordar que ya no puedo hacer ejercicio porque me duelen los huesos
porque estoy enferma
y que cuando no estaba enferma no me gustaba tanto hacer ejercicio

para recordar que el tiempo pasa
y se la pasa caminando por mis fosas nasales
disfrazado de aire

para escribir estupideces

como que el tiempo no muere
que el que se muere es uno 
que uno es el que pierde
pero, ¿qué pierde?


Tiempo
Aire
Nada

para recordar que mañana hay que madrugar
que hay que activar la alarma y evitar un retardo
para pensar que perder el tiempo es un pecado
que hace llorar a los santos 
y pone a bailar a los diablos

Síndrome de abstinencia




Abrió la ventana 
y ella estaba allí

sentada sobre el techo de la casa del frente
con una sonrisa sin dientes
con una melena enredada 
con una oreja pegada a la pared
con los ojos entornados
con la atención puesta en los gemidos de la vecina
que atravesaban la noche y el cemento de las paredes


cerró la ventana
cerró las cortinas
apagó la lámpara 
y se metió debajo de las cobijas
abrió los ojos
y respiró el negro
el negro que antes bebía de los pocillos
le cundía los ojos
y le acariciaba la piel por debajo de las cobijas


una garra le apresó el tobillo 



se hizo la muerta


pero el hambre de un limosnero le pateó el hígado



saltó de la cama



bajó a la cocina




prendió el fogón




hirvió el agua




preparó la infusión nocturna




besó al insomnio



y ella estaba allí

sentada sobre el mesón de la cocina
con una sonrisa sin dientes
con una melena enredada 
con una oreja pegada a la pared
con los ojos entornados
con la atención puesta en los gemidos de la vecina
que atravesaban la noche y el cemento de las paredes