martes, 23 de noviembre de 2010

Cuando Pepe Grillo por fin se quedó dormido.

Un teatro.
Un traje.
Una ópera
de
Un tal Verdi.
Un coro.
Una fiesta.
Un vestido.
Un parejo.
Unos ojos.
Una boca.
Una mano.
Una nariz con forma de recuerdo.
Un hombrecillo que toca el piano.
Una mujercilla que juega a hacerse la grande.
Un fin.
Un comienzo.
Una obra aún por montar.
Un viaje por hacer.
Un beso por robar.
Un robo por planear.
Un aria por cantar.
Un piano por encontrar.
Una excusa.
Un ensayo.
Una visita.
Una madre,
ADORABLE!
Una perra.
Una lora.
Un almuerzo.
Unos ojos.
Unas pestañas largas.
Unas risas.
Unas tantas.
Un abrazo.
Uno o dos almuerzos.
Un almuerzo.
Un descanso.
Un sueño.
Tu sueño que fue mi sueño cuando te vi teniendo sueños.
Un piano.
Un beso por robar.
Una canción por cantar.
Una historia por contar.

Sí señor Pepe Grillo.

Me encantó verlo dormido.



domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuestión de días

Hace pocos días cuando me levanté, me tomé el café de todos los días y salí a la calle.

De camino a la rutina me encontré con un desconocido. Llevaba un sombrero negro y grande, casi tan grande como los centímetros que roban espacio a la atmósfera para permitir que él exista. En total, el mentado señor de sombrero negro, le robo al espacio 190 centímetros de altura, y como unos 100 de ancho. Lo suficiente para soportar el peso de los sueños y la densidad de el agua que se necesita para poder acudir a las lágrimas de vez en cuando.

De ese sombrero salían muchas cosas.

Sobre todo canciones.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Dios!!!!!!!!!!!

Eso era lo que más me gustaba.

De repente le salía uno que otro mal pensamiento...esos también me gustaban,

Y MUCHO,

porque yo participaba en muchos de ellos y no le encontrábamos ningún problema a materializarlos muy a pesar de su historia y de la mía.

Otro día me levanté, ya queriendo ignorar al extraño del sombrero, pero cuando salí de nuevo a la calle, él estaba ahí. Sentado sobre su guitarra y con una melena hecha de espirales que me enredaban la moral cada segundo que me colgaba de ellos para robarle un beso.

Nos seguimos encontrando y me seguía yo enredando.

Llegué a amarlo tanto así como amo el café.

Aún a sabiendas de que hace daño, decidí beberlo sorbo a sorbo, como si fuera la última taza remanente en la cocina.

Caminando de su mano estuve cerca de alcanzar el cielo. De hecho, creo que lo alcanzamos muchas veces. Jugábamos a saltar de estrella en estrella y a escondernos en agujeros negros que eran la trinchera perfecta para jugar a amarnos.

Vaya que lo amé.

Para un simple mortal, lo malo de ir al cielo es que en algún momento hay que bajar a la tierra. Y sí señores como muy seguramente era de esperarse, me bajé yo primero.

Dolió.

Dolió tanto como debe dolerle a un ángel meterse en el vientre de una madre para venir a enfrentar esta sucursal del infierno apodada tierra.

Dolió y los raspones no se me han pasado.

Claro está que tengo un secreto para que ya no duela tanto.

Cada que miro al cielo, busco agujeros negros.

Agujeros negros para tirarles todo eso que aún me quedó por darle al señor del sombrero. Muchos besos, muchos sueños, miles de canciones y muchas noches que están en deuda por una historia que aquel señor no quiere dejar de contar.

Desde aquí abajo, seguiré buscando agujeros negros en ese enorme queso negro que está a cargo de expandirse en las noches para que pueda yo seguir teniendo sueños.

Desde aquí abajo.

Me quedaré dormida para despertar mañana. Buscar de nuevo la rutina y cambiarle la gasa a esas heridas que no han sanado y que todos los días me recuerdan que el cielo existe, pero que no está hecho para mortales, ni siquiera para esos que dicen ser a prueba de cielo.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Para el Monacho de seis cuerdas.

Sé que no es un cuento de hadas.

Sucede entre dos comunes y corrientes que decidieron darle una patada al pasado y jugársela por un sueño compartido a riesgo de lo que pueda significar el caminar a ratos de la mano y a ratos de lados opuestos de la calle.

No hay cursilería ni tampoco promesas de amor eterno.

Sin mayores pretensiones nos acercamos cuando se le puede hacer pistola a los principios, y vivimos cada segundo como si fuera el último de nuestra vida juntos.

Con el pelo

.... laaaaaargo.....

más largo que los días que no le veo, y con una guitarra que más que un instrumento es el pasaporte a los sueños suyos y míos, y de tres gatitos más que se atreven a caminar con nosotros, me roba, sin saberlo, los suspiros y las sonrisas que había decidido guardar por miedo.

Esta vez no quiero tener miedo.

Me gusta caminar con el Monachote grandote de sombrero negro y pasaporte de seis cuerdas.

Así.

Con su cara larga y aspecto malgeniado.

No me importa que sea a ratos.
No me importa que sea a escondidas.

Lo que me importa es que cada vez que caminamos juntos, sé que tengo al compañero indicado y que no hace falta gritarle al mundo todo el amor que siento por él, y que encerrarlo en una oficialización absurda de lo que me lleva a amarlo, solo lograría apagar la luz que sale de mis ojos cada vez que lo tengo cerca.

Sí.

Lo amo señor del sombrero negro y pasaporte de seis cuerdas. Lo amo y no se lo voy a contar a nadie.

Ni siquiera a usted.

No sabemos que pasará cuando la luna sepa que ya ha terminado su jornada laboral y el sol decida ya no estar perezoso para salir a trabajar al punto más alto de su firmamento. No sé si se me dará el chance de estar ahí para atestiguar como justifican ellos su salario.

Lo que a ciencia cierta sé, es que me he dado la oportunidad de amarlo cada instante que estamos juntos, y cuando no, me dedico a ser un instrumento de luz, para estar tranquila cuando no lo tengo cerca.

Sí señor del sombrero.

Con y sin usted mi vida sigue intacta.

Aprendí a amarlo como se ama la gente grande.

Con fantasmas encadenados y un montón de mariposas en la barriga que hacen que cada caricia suya derrita los polos de mi conciencia adulta y me rinda a su encanto, tal y como se rinde un niño ante un inmenso helado de chocolate.