miércoles, 31 de julio de 2013

Cuando se apagan las luces.



Cuando la música suena, 

comienza esa muerte de ojos abiertos, 

latidos lentos 

e indescriptible levedad.



Cuando amanece 

comienza ese interminable ir y venir a ninguna parte,

ese ansia de nuevas melodías,

ese deseo inmenso de volver a la infancia.




Cuando no estoy dentro de mí soy otra.


Esa otra que no me gusta,
que tiene que vivir rodeada de gente,
porque su maldita condición humana

-sí, maldita la condición humana-

la obliga a ser un ser social.



Pero en cambio, 

cuando vuelvo a mí

sale mi niña, 

la que no tiene miedo,

la que se ríe a carcajadas

y aún cree que existe el paraíso.




Cuando vuelvo a mí,

las tardes huelen al café con galletas y mantequilla

de la abuelita,

suena la pandereta que me regaló el abuelo

y todos los días el sol brilla, 

una brisa suave me acaricia el pelo.




Cuando vuelvo a mí

no tengo miedo...



Logro que mi alma vuele,

que dé un paseo por la vía láctea,

para luego llegar cansada,
llena de dicha y de notas que le devuelven el brillo.




Cuando vuelvo a mí 

sueño, 

río



siento.



Cuando quiero volver a mí,

 solo tengo que abrir la boca,  

para que ejércitos de estrellas invadan mi alma,

y junto con suspiros cómplices 

me convierta yo en un instrumento, 

simple, pero contundente.



Para volver a mí solo tengo que abrir la boca,

tomar aire, 

cerrar los ojos

 y 

comenzar a cantar.



martes, 22 de enero de 2013

Ese día.



Un día decidí que ya no iba a llorar más.

Ese día fue la última vez que me caí por andar corriendo.


Me raspé una rodilla, 
mis gafas se llenaron de polvo 
y me dolía la voz de un:

 "te lo dije".

Ese día no hacía tanto frío, 
por el contrario, 
el cielo estaba despejado 
y uno que otro pajarito cantaba sus mejores notas.



Ese día,

debo confesar,

lloré un poquito.



Ese día escribí una carta, 
enterré un recuerdo que me ponía triste 
y me quedé con el resto, 
los que me hacen sonreír.


Ese día también,
algo,
me dolió un poquito.


Me dolió como cuando a uno le quitan una venda con la que se cura una herida.


Ya me había acostumbrado a estar llena de venditas, 
de heridas que no sanaban 
y de horarios marcados por calmantes 
y dosis cada vez más fuertes de anestesia.


Ese día sentí que era libre y que ya estaba curada.


Pero esa libertad me alcanzó a doler
muy seguramente 
de la misma forma en la que a un pájaro la libertad le incomoda
después de haber vivido en una jaula.


Afortunadamente, esa sensación duró muy poco.



Hoy puedo decir que soy feliz
con la lluvia, con el sol, 
con el miedo, con la certeza,
con el viento...



Soy feliz porque estoy viva, 
porque mi garganta canta ,
mis sueños me mantienen a flote
y porque esa dignidad heredada 
de esa señora hermosa que es mi madre,
me dice todos los días
que todo,
absolutamente todo,
valió la pena.