martes, 23 de mayo de 2017
Baúl rojo
Tengo los pies helados
la boca ahumada
un sueño dormido
Tengo minutos extra
ánima en el aire
el pecho vacío
La ventaja de la coincidencia
un lápiz gastado
la consecuencia de una restricción impuesta por un idiota
-solo los idiotas (se) restringen-
Tengo un deseo que te llama
las manos congeladas
un conjuro inútil
que te traerá aquí
a mí
flotando en tu bicicleta
con tu baúl rojo en la espalda
Tengo tareas pendientes
el alma en los dientes
y la conclusión brillante
de encontrarte imperativamente necesario
Solo
cuando tengo frío
domingo, 21 de mayo de 2017
Bon appetit
Escríbete en mi espalda como puedas;
Con tus manos,
Con tus dientes,
Con tus labios.
Escríbete en mis piernas como quieras,
Con tus dedos,
Con tu espalda,
Con tus brazos.
Escríbete en mi alma como sea;
Que a la luz de mi jodida mente,
Ya estoy muerta,
Ya estoy seca,
Ya mi amor es un banquete de gusanos.
domingo, 7 de mayo de 2017
Ruido blanco, ritual de gotas y olvido
Sonó la alarma. Religiosamente, como sacerdote oficiando
un servicio de difuntos, prendo la lámpara, reviso el celular con la esperanza
de tener un mensaje de aquellos, pero nada. Me siento, rezo un Padre Nuestro y
con él te traigo de regreso, siempre decías con los ojos bien abiertos que esa
oración… ¿Qué era lo que decías de esa oración? Parece que por fin te estoy olvidando; no
recuerdo lo que decías, pero recuerdo tus ojos bien abiertos, entre paréntesis
y otoños. Salgo de la cama, bajo las escaleras y me preparo un café, me alisto
para el baño y preparo los huevos del desayuno; todo esto mientras la radio me
cuenta que un estudiante de literatura que se acostó con su profesora de francés
es ahora el presidente de Francia. La mierda vuela porque ella es mucho más
vieja. Yo también era más vieja.
No solo vuela mierda, afuera está lloviendo.
Caen las gotas; caen y con cada una un recuerdo se
suicida. Lo único que quiero recordar es que no quiero mojarme los zapatos. Caen
las gotas y huele a lluvia, hiede a nostalgia y a tierra mojada; huele a la última
vez que nos vimos, a esa mañana con tu olor a galletas de soda, a ese abrazo
desabrido que selló un adiós a medias. Huele a junio en las teclas de un piano,
a recuerdos de tardes de enero y a piedras
redondas y blancas varadas en la orilla del mar.
Salgo de la casa, me subo en la flota porque al carro le
falló la chumacera, me monto en el gusano rojo
y dejo la mente nublada para perderme en el ritual de las ocho horas.
Fin del día, un “mire profe que yo se lo
traigo la otra clase” elevado a la milésima potencia logró arrebatarme tu
recuerdo por un día, ya puedo cantar victoria: “we are the champions, my
friend, we’ll keep on fighting till the eeeeeeeend, we are the champions, we
are thechaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa…” Sí, ya, no estás en mi mente, ¡victoria!, es
cierto, en este preciso instante estás en la puta puerta de la estación de Transmilenio,
dándome la espalda, con una gaseosa en la mano, fresco como siempre, siempre coca
cola. Salgo corriendo. Tu recuerdo volvió a esfumarse al son de un vallenato y
entre los olores non sanctos del bus
ejecutivo.
Hoy llovió todo el día.
Caen las gotas; caen y con cada una un recuerdo se
suicida. El dulce salpicar del olvido va humedeciendo la esperanza de volver a
coincidir en el paradero del bus. A Esperanza le va bien el verde enmohecido. Es
verdad que no te extraño, también es cierto que ando por las nubes desde que
dejé de escuchar tu ruido. ¿Será que aún me recuerdas?, ¿será que añoras mis cuentos
de disco rayado?, ¿será qué tú y tus letras pequeñas ya me condenaron al olvido?
Ahora eres ruido, ruido blanco, una distorsión
exagerada que apoca la música que alguna vez fueron tus palabras; ruido blanco pomposo,
fastidioso, olor a calle enguayabada de un sábado por la mañana, olor a recuerdos
sin humo, a miedo, a todo lo que ocurrió dentro de mí mientras no estabas.
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