domingo, 10 de diciembre de 2017

A veces sueño con el mar





Lo que más me gusta de ti es que a veces pareces un pez. 
Los peces son mágicos, ¿sabes? No pueden vivir sin su aire, un aire que ahogaría a los humanos. 
Tienen los ojos bien abiertos, el miedo cerrado y una boca enorme, redonda y llena de curiosidad; les gusta pasar el tiempo robándole besos al agua. 
¿Será que los peces lloran? 
No sé. 
Tampoco quiero saberlo. 
No me gustaría saber que, en algún momento, los peces se sienten tristes. 
Imagino que, en ese caso, las lágrimas se confundirían con el aire y ellos se quedarían sin tiempo y razón de rechazarlas; 
ellas, 
con el pasar de las horas, 
se confundirán en el agua y harán de la tristeza una cómplice involuntarias del aire que se baila bajo el mar.

domingo, 26 de noviembre de 2017

Desalojo




Un monstruo enorme vive en mi cuerpo
Patea las paredes de mi pecho

Aterrado

Pero se niega a salir


Cuando le abro la puerta resopla
Me roba el aire
Se queda dormido
Cuando creo que ya no respira
Enreda con su lengua
Lo que me queda de paz


Un monstruo horripilante duerme en mi pecho
No hay manera de sacarlo

Aunque a veces

Mi voluntad cansina
Intente un desalojo
Disfrazado de llanto

No puedo

No puedo 

llorarlo

Un monstruo cobarde
Duerme en mi pecho
Y no tengo otro remedio
Más que dejar que el tiempo pase

Enfrentarme a otros monstruos

Quizás a fuerza de olvido
Y falta de atención
Se llene de tedio
Y se decida abandonarme

Antes de que pasen cien años
Antes de que se haga tarde

domingo, 19 de noviembre de 2017

Alejandro Non Magnus



Estás lejos

Tu cara es mancha de olvido

tu voz

aullido sin eco
que resuena estúpida
en una tarde de sol

Tu recuerdo

pompa de jabón vacilante
 vuela suicida y sin remedio
a la palmada asesina de niños que juegan en el  parque

Tu boca

Huella muerta
Orugas siamesas
Aborto de mariposa


Tus ojos


Tus ojos


Semillas de café tostado

Cobardes

Huyen del calor de mis aguas

Egoístas

Avaros

Ciegos



Corazón 

hechizo
Coletazo de vía láctea
Oración muda
Sonrisa sin dientes
Secreto refugiado

Doliente de la nada

Cadáver cicatero de ánima y puños cerrados


Hoy estás lejos

Gracias


Dios

Hoy estás lejos

lunes, 6 de noviembre de 2017

Sobre el éxito y otros orgasmos fingidos



La buena esposa es obediente y complaciente; aunque, siendo sinceros, hace más justicia al pedestal de santidad reservado para ella la palabra decente. Debe estar a la altura de las damas de sociedad y ser el motivo de orgullo de su señor esposo, pues es ella su mejor adquisición. Las buenas esposas se ciñen a las reglas morales y tienen rotundamente prohibido consentir pensamientos impuros; ese es un privilegio reservado para el caballero que les hizo el favor de llevarlas al altar.  Son concebidas como santas y han aprendido desde niñas que el placer es el demonio proxeneta de las putas. Por fortuna, una buena esposa también tiene derechos, como al de la soledad, esa que se convierte en su Universo cuando su esposo trabaja. En ese amague de libertad le obedece a la voz que acalla cuando está rodeada de gente; cierra las puertas de su habitación, se mira al espejo y poco a poco, sin dejar de mirarse a los ojos, se despoja del disfraz de buenas maneras que le compró el marido. Duda, pero se percibe tan deseable, que no le queda más remedio que obedecer al instinto y comenzar a acariciarse.
¿Será que Dios me está mirando?

¡A quién le importa! Sí, en su intimidad también le está permitido darle a Dios un rol secundario, los dedos resbalosos en medio de las piernas y la  dulce epifanía de la culpa.

¿De qué está hecho el cielo?

Silencio.


Ya casi es hora de la cena. Hay que lavarse las manos, ponerse la ropa y abrir la puerta. Sale de la habitación como el niño agazapado que acaba de comerse el chocolate que le robó a la abuela. Solo cuando comente ese pequeño crimen, -lejos de los ojos de su esposo, de su madre y del mismísimo Dios decepcionado- se concibe como mujer de carne y hueso, se siente realmente humana y desea, con algo de culpa, que el mequetrefe de su marido encuentre un trabajo en otro continente para pasar más tiempo con ella misma. Mientras eso ocurre, se pone el disfraz de obediencia y sigue al pie de la letra las normas que la pondrán en su pedestal de mujer decente; se dedicará a hacer las cosas bien, a replicar con algo de decoro a un prolífico y políticamente correcto escritor de bestsellers.  

Sobre la libertad en los personajes.



Los personajes necesitan respirar, llenarlos de basura –y por basura me refiero a los deseos de grandilocuencia del autor- los limita, los debilita, los anula. El pobre titiritero busca grandeza a costa de la vida de lo que crea, parece que aún no sabe que el saber en demasía puede tomar tintes coprológicos. El autor debe calmarse, renunciar a su deseo de controlarlo todo en extremo, porque todos los extremos son malos. Soltar el poder puede ayudar, dejar que la historia mueva al personaje  y que él mismo ayude a abrirse camino. Hay un punto en el que el autor, gústele o no, se convierte en un simple guía; en el que ya no se le permite  ser Dios.

Sobre los personajes y la realidad



Hoy los hombres ya no conquistan con palabras bonitas. El mundo gira y la gente cambia, ¿qué sentido tiene revivir a Don Juan de Marco en una tierra en el que las féminas deliran por un macho potentado que les enseñe a amar en cuatro? El mundo se ha convertido en una esfera de boñiga y no tiene sentido querer arroparlo con flores. Las rosas rojas pasaron de moda, pero no las palabras; el amor romanticón agoniza y con él se desvanecen los Romeos. Es una evolución divertida, no son los personajes más fuertes los que sobreviven, sobreviven los más reales, aunque estos estén hechos de palabras. 

Sobre la sencillez en el lenguaje



Nadie quiere besar a una máscara. ¿A dónde se fue tu cara? La belleza de lo simple respira, permanece, es natural. El adorno es artificioso, pesado, falso. La belleza está en lo simple, parece fácil, pero no lo es. ¿Cómo escribir algo bello sin caer en la tentación de la complejidad? La escritura es también una cuestión de amor propio, una novia en noche de bodas que no teme al despertar del día siguiente.

Sobre los lugares comunes



La vida es un lugar común. No hay nuevas tristezas ni alegrías novedosas. Los estándares de las emociones ya están definidos y es el matiz individual de la experiencia lo que los hace diferentes. El dolor es uno que se presenta en forma de llanto, de grito y, en casos extremos, de silencio. Llenarlo de colores indiscriminadamente o deformarlo sin clemencia no altera su esencia y, en cambio, convierte en parodia triste lo que debería ser un fiel reflejo. Atiborrar de originalidad la vida es el nuevo lugar común, volver a  lo simple es ahora un acto de rebeldía.

Domingo


(O sobre la muerte de la inocencia)

Vacía
como flotando en una nube de leche
que le roba el sol a la tarde
me pesan los ojos
y un recuerdo patea mis canillas

¿Sal o limón?

Tengo un vestido de heridas abiertas
Que son ventanas

En mí mora una niña
que renunció a su inocencia
tras la vulgar acechanza del cuidador del colegio

Se llama Rebeca,
eligió su  nombre cuando descubrió que M estaba sucia
y L daba risa

duerme
aunque a veces se despierta

todavía sueña
aunque cada vez con menos frecuencia
la vida le pasa,
le pesa,
pero la lleva en hombros
con la fe que le dice
que un día alguien

¡por fin!

bajará el telón



Mi niña sueña

mi niña llora


hoy mi niña está despierta


La tarde huele a chocolate

 afuera llueve.

Sobre la muerte de una idea





En verdad no existes. Quiero decir, no eres lo que yo vi. No eres. Fuiste en mi cabeza, pero no -no sé cómo explicarlo-. Podemos jugar a que somos espejos, ¡eso! Tú eres mi espejo. Veo sobre ti lo que llevo puesto. Casi todo me gusta,pero hay cosas que me duelen. Hay cosas tuyas que me duelen. Miento. hay reflejos de mí sobre ti que duelen. No me gusta el dolor, es mejor que te vayas para la mierda, ¿oíste? para la ¡PUTA MIERDA! Mejor no. Te quedas. Te necesito para verme. Necesito arreglarme ese defecto que me cuelga en las orejas. Desmaquillar la sombra verde con la que veo a los demás. Verde arrogancia. No me queda tan bien como pensé. No me gusta ese color, odio el maquillaje sobre mis ojos, detesto que me lo recuerdes. Mejor te vas.  Sí, mejor así; dejemos los santos quietos. Me quedo con mi versión feliz de las cosas.


                                                                                ***

Otra vez tengo ganas de ti. No, mejor: Otra vez tengo ganas de mí. ¿Tú? ¡Ja! Tú NO EXISTESS. Es decir, tú estás, pero en mí no eres. Adornas la mesa de centro de mi inconsciencia, es eso; un día no estarás tú, quizás estará una jarra, una planta, un gato que acompañe mi soledad senil. Estás, no eres. Pasas,  no permaneces. Traes una luz incómoda y quiero apagarte a las malas, porque ya no quiero verte-verme. Yo a ti no te necesito. ¿Qué utilidad tienes? Eres-estás en un espejo de huesos averiado por la vida, por el tiempo. Estás, no eres; pasas, no permaneces. No hay vaho tibio que limpie la mancha que obstaculiza mi reflejo. Estás podrido. No eres tú, soy yo. Porque yo soy, tú pasas; yo permanezco. Gracias.

Otra vez tengo ganas de mí; tengo ganas de que te vayas. 
Vete.
No quiero excusas tu mierda. Mi mierda. 

Vía Láctea


(O una fotografía del vacío)



Hoy estoy hecha de leche
Mis fantasmas se  convierten en espuma
escapan por detrás de mis orejas
porque hace sol

Hoy mis ojos saben a agua
Resbalan juguetonas las cortinas de mis párpados
con impulsos férreos
cierran las ventanas

Hoy mis manos huelen a arena
Portan las huellas de las tuyas
Y esperan
A que un soplido de viento
Las lleve,
misericorde,
A otras playas


Hoy el aire pesa
Respirar cuesta
Lo que me rodea

Es un suspiro de la nada

jueves, 14 de septiembre de 2017

Para que estés tranquilo









Ya no me sabes


tu olor a galletas de soda saltó por la ventana

tu varita mágica estiró la pata

 tus ojos de otoño hoy son un verano cansado.



Ya no te siento


Se esfumaron hace rato tus dibujos en el viento

Le vendí mi fe de acero a un osado carbonero

Hoy tu rumor es sordo,

como un grito sin eco.



Ya no te sueño


En oníricos bosques extravié tu paso

 flota en nubes de amnesia el dibujo de tu cara

Y las ondas del mar de tu canto

Son ahora ruido blanco.



No


Ya no te espero

Ya no me sabes

Ya no te siento



No


Yo no te miento



No



Ya no te quiero

martes, 23 de mayo de 2017

Baúl rojo



Tengo los pies helados
la boca ahumada
un sueño dormido

Tengo minutos extra
ánima en el aire
el pecho vacío

La ventaja de la coincidencia
un lápiz gastado
la consecuencia de una restricción impuesta por un idiota
-solo los idiotas (se) restringen-

Tengo un deseo que te llama
las manos congeladas
un conjuro inútil
que te traerá aquí
a mí
flotando en tu bicicleta
con tu baúl rojo en la espalda

Tengo tareas pendientes
el alma en los dientes
y la conclusión brillante
de encontrarte imperativamente necesario

Solo 

cuando tengo frío


domingo, 21 de mayo de 2017

Bon appetit



Escríbete en mi espalda como puedas;

Con tus manos,

Con tus dientes, 

Con tus labios.


Escríbete en mis piernas como quieras,

Con tus dedos,

Con tu espalda,

Con tus brazos.


Escríbete en mi alma como sea;

Que a la luz de mi jodida mente,

Ya estoy muerta,

Ya estoy seca,

Ya mi amor es un banquete de gusanos.



domingo, 7 de mayo de 2017

Ruido blanco, ritual de gotas y olvido


Sonó la alarma. Religiosamente, como sacerdote oficiando un servicio de difuntos, prendo la lámpara, reviso el celular con la esperanza de tener un mensaje de aquellos, pero nada. Me siento, rezo un Padre Nuestro y con él te traigo de regreso, siempre decías con los ojos bien abiertos que esa oración… ¿Qué era lo que decías de esa oración? Parece que por fin te estoy olvidando; no recuerdo lo que decías, pero recuerdo tus ojos bien abiertos, entre paréntesis y otoños. Salgo de la cama, bajo las escaleras y me preparo un café, me alisto para el baño y preparo los huevos del desayuno; todo esto mientras la radio me cuenta que un estudiante de literatura que se acostó con su profesora de francés es ahora el presidente de Francia. La mierda vuela porque ella es mucho más vieja. Yo también era más vieja. 

No solo vuela mierda, afuera está lloviendo.

Caen las gotas; caen y con cada una un recuerdo se suicida. Lo único que quiero recordar es que no quiero mojarme los zapatos. Caen las gotas y huele a lluvia, hiede a nostalgia y a tierra mojada; huele a la última vez que nos vimos, a esa mañana con tu olor a galletas de soda, a ese abrazo desabrido que selló un adiós a medias. Huele a junio en las teclas de un piano, a recuerdos de tardes de enero  y a piedras redondas y blancas varadas en la orilla del mar.

Salgo de la casa, me subo en la flota porque al carro le falló la chumacera, me monto en el gusano rojo  y dejo la mente nublada para perderme en el ritual de las ocho horas. Fin del día, un “mire profe que yo se lo traigo la otra clase” elevado a la milésima potencia logró arrebatarme tu recuerdo por un día, ya puedo cantar victoria: “we are the champions, my friend, we’ll keep on fighting till the eeeeeeeend, we are the champions, we are thechaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa…” Sí, ya, no estás en mi mente, ¡victoria!, es cierto, en este preciso instante estás en la puta puerta de la estación de Transmilenio, dándome la espalda, con una gaseosa en la mano, fresco como siempre, siempre coca cola. Salgo corriendo. Tu recuerdo volvió a esfumarse al son de un vallenato y entre los olores non sanctos del bus ejecutivo.

Hoy llovió todo el día.


Caen las gotas; caen y con cada una un recuerdo se suicida. El dulce salpicar del olvido va humedeciendo la esperanza de volver a coincidir en el paradero del bus. A Esperanza le va bien el verde enmohecido. Es verdad que no te extraño, también es cierto que ando por las nubes desde que dejé de escuchar tu ruido. ¿Será que aún me recuerdas?, ¿será que añoras mis cuentos de disco rayado?, ¿será qué tú y tus letras pequeñas ya me condenaron al olvido? Ahora eres ruido, ruido  blanco, una distorsión exagerada que apoca la música que alguna  vez fueron tus palabras; ruido blanco pomposo, fastidioso, olor a calle enguayabada de un sábado por la mañana, olor a recuerdos sin humo, a miedo, a todo lo que ocurrió dentro de mí mientras no estabas.  

jueves, 23 de marzo de 2017

Colcha de retazos

La vida es una enorme colcha de retazos. Yo misma soy un retazo y de mí saldrá uno más: El de alguien que se escribe. Estoy hecha de muchos pedazos y a la vez soy uno que lee, que canta; que muchas veces no se encuentra y que, cuando ya está a punto de darle un orden a su caprichoso caos, encuentra razones para contradecirse.
Todo en mi vida comenzó al revés. Segunda en una familia de cuatro hijos decidí que la mejor manera de saludar al mundo era llevando la contraria desde el principio: nací de pie. La angustia de una madre que temía que su hija no pudiera caminar logró que mis ciento cuarenta y ocho centímetros de carne y huesos hayan podido recorrer una pequeña parte del mundo. En este trayecto de algo más de siete lustros,  he conocido, entre otras tantas cosas, la ruidosa vibración de la soledad y su liviano armónico de ausencia. Estoy hecha de recuerdos y a la vez soy un gran guiñapo de olvido; he querido llenarme de todo, pero estoy segura de que algo me falta.

La ausencia

Para la RAE la ausencia es una palabra que viene del latín absentia y se define de varias maneras: es la acción y efecto de ausentarse o de estar ausente, el tiempo en que alguien está ausente, la falta o privación de algo, la condición legal de la persona cuyo paradero se ignora, la supresión brusca, aunque pasajera, de la conciencia y la distracción del ánimo respecto de la situación o acción en que se encuentra el sujeto. La ausencia siempre es carencia, esa incómoda falta de algo:

“Esa mañana a Tomás se le hizo tarde. Apenas tuvo tiempo para ducharse, vestirse y pedir un taxi. En menos de nada estuvo en la oficina, pero sentía que algo le faltaba. ¡Claro! Por el afán no había tomado café. Qué suerte ser el jefe y disponer siempre de una empleada.”

Lo mío con el café comenzó cuando era niña. Cuidábamos una finca y una taza pequeñita de café era la forma en la que mi papá nos daba los buenos días. Después, mi papá se fue y, desde ese día, comencé a sentir que a mi vida algo le faltaba. Se fue él, pero quedó el café; y con el café la gran excusa para seguir llenándome de recuerdos, para sentir a papá en todas partes. Pasaron los años; el tiempo hizo lo suyo y comencé a buscar a papá, siempre con una taza de café en la mano. Lo siniestro del asunto es que, en esa búsqueda, di muchos palazos de ciego y quise llenar de réplicas baratas el vacío tremendo que había dejado mi precioso original. Fue ahí cuando aprendí a actuar en el teatro del cortejo:
“Cumplido el ritual del acicalamiento, di comienzo a la rutina del encuentro. Las llaves en el bolso, el encendedor en la chaqueta y la Santísima Trinidad hecha perfume: Por si me besa, por si me abraza y por si las moscas. Sin embargo, sentía que algo me faltaba.  Abrí la puerta y el invierno se me vino encima, enseguida se me congelaron las piernas, ese es el lío de esas benditas medias, pero ni modos; el que quiere marrones aguanta tirones.”
Actuando en diferentes teatros, tuve que disfrazarme muchas veces. En un jardín lleno de flores artificiales, vi cómo el otoño, sutil e inevitable, despojaba con un marrón intenso lo que alguna vez fuera vida en los árboles. Después de copiosas tazas de café e innumerables encuentros fallidos, la ausencia todavía acechaba:

“- Esta tarde me entregan el fierro.
-          -Deje de decir bobadas.
-          -Yo solo la tenía a ella. Jamás entenderé por qué tuvo que irse. Le di todo lo que tuve. Me llenó de luz la vida para luego dejarme a tientas.
-          -Se le llevó la  luz, pero no la vida.
-          -Pero estoy solo.
-          -Usted no está solo.”


La soledad

Definida por la RAE, la soledad también viene del latín, de la palabra solĭtas, -ātis. Es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía, un lugar desierto, o tierra no habitada, el pesar y melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo.
La soledad y la ausencia tienen un pacto potencialmente letal. Hermanas que caminan de la mano pueden convertirse en un hoyo negro por el que es muy fácil ser absorbido. Son inevitables, y es por eso que se hace necesario aprender a convivir con ellas, a sentirlas, a escucharlas. Por paradójico que parezca, la ausencia está llena de vida, puesto que en el espacio del que está hecha ocurre todo lo que pudo haber sido y no fue; allí los sentidos se agudizan para que podamos escuchar la música de lo no evidente, de lo que no está.  En la ausencia están las llaves que abren las puertas que no nos interesan cuando estamos acompañados y es detrás de esas puertas en donde se encuentra la música del alma, esa que se hace tangible después del atronador brincar de los dedos sobre las luctuosas teclas de un computador, o del bailar de la tinta sobre el papel. En la ausencia, hay lugar para la música y el nacimiento fantástico de una canción; es ella la cocina mágica en la que se preparan recetas misteriosas y que puede convertirse en un lugar peligrosamente cómodo del cual no se quiere salir. Venturosamente, para encontrar el puente entre la ausencia y esa materia prima especial con la que comunicaría mis cavilaciones, conté con la complicidad de mi mamá: Ella, además de enseñarme a caminar, también me enseñó a cantar.

El canto

“¡Cantar, cantar, cantar! ¿Cómo puede estar tan subestimada esta noble forma de rezar? ¡Es que ni yo mismo me lo creo!  En este preciso instante, siento que el mismísimo Dios me contesta. ¡Cantemos¡¡Que viva yo! ¡Que viva el asesino! ¡Que viva Dios! … ¡Dios!”

Cuando era pequeña, mi mamá me enseñó a rezar y las monjitas, que me preparaban para la primera comunión decían que cantar podía reemplazar el ritual de la oración. Esta, para ellas, también era una forma de rezar. Les creí a las dos partes. Escribir canciones se convirtió en una forma de concebir mantras, oraciones con las que busco deshacerme de pesos incómodos, contarle a Dios y al mundo esas historias que muchas veces no comprendo.
Escuchar, sentir, repetir, cantar, escuchar, sentir, repetir, cantar, escuchar, sentir, repetir, cantar. Esa aprendida obsesión por la disciplina y la perfección me ha llevado a rehacer experiencias, palabras, e incluso ruegos; todo para que aquello que necesito aprender en este plano me quede claro. No creo en la reencarnación, pero, por si acaso, espero que la lección que tengo que aprender acá me quede bien aprendida, y así no repetir el curso en esta escuela deshecha y habitada por una especie ingrata. La soledad me llenó de ausencia, la ausencia me llenó de música y la música me devolvió a la vida, gracias a que una vez mi mamá me enseñó a cantar.
Soy una colcha de retazos. Retazos de vida, de música y de ausencia; jirones de alguien que se celebra, que se contradice, que a veces sueña y que, por alguna razón desconocida, sobrevive. Harapos cosidos con hilos de tiempo, el cómplice de la trampa de la trascendencia. ¿Para qué escribir si todos, en palabras de Kerry Livgren, somos polvo en el viento y quedaremos en el olvido? Escribir para cantar, escribir para vivir, escribir para no morir del todo.