Los personajes necesitan respirar, llenarlos de basura –y por basura me
refiero a los deseos de grandilocuencia del autor- los limita, los debilita,
los anula. El pobre titiritero busca grandeza a costa de la vida de lo que
crea, parece que aún no sabe que el saber en demasía puede tomar tintes
coprológicos. El autor debe calmarse, renunciar a su deseo de controlarlo todo
en extremo, porque todos los extremos son malos. Soltar el poder puede ayudar,
dejar que la historia mueva al personaje
y que él mismo ayude a abrirse camino. Hay un punto en el que el autor,
gústele o no, se convierte en un simple guía; en el que ya no se le permite ser Dios.
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