Por tu culpa he vuelto hacer lo que no es debido.
Decidí que es mejor contarte las pecas
a querer lograrlo con miles de ovejas,
que saben como burlarse de mi,
antes de quedarme dormida.
Decidí que prefiero escribir canciones,
o uno que otro poema tonto,
a pedir explicaciones.
Decidí también que seré valiente
y enfrentaré con gallardía
a ese ejército de mariposas
que invade mi estómago
cada vez que te cuelas en mis pensamientos
o que me encuentro contigo de frente.
Por tu culpa se me olvidó otra vez que la fantasía es cosa de niños.
Por tu culpa sonrío con apenas un recuerdo
y cuento los segundos que separan
a esta niña perdida
del muchachito que toca el piano.
Por tu culpa se me enreda la cabeza,
confundo una que otra palabra
y convierto una que otra canción
en el himno que acompaña mis días,
ese que hace que en medio de una torrencial lluvia
salga el sol.
Por tu culpa
y solo por tu culpa
a mi corazón se le olvidó bombear sangre
y,
a cambio,
se dedicó a guardar brasas de ilusiones
que hacen que me sienta tibia por dentro
y que,
cada vez que te recuerde,
un escalofrío se adueñe de mi espalda.
Por tu culpa le robo minutos a mis horas de sueño,
le pido a Dios excusas por no dedicarle más tiempo a nuestras charlas nocturnas
y me dedico a mantener esa sonrisa tonta
que aparece
con solo evocarte...
¡Por tu culpa, Rodrigo, por tu culpa!
Hoy vuelvo a sentir que el amor existe
y que más que preocuparme por llenar requerimientos
ridículos para sentirme plena,
me dedicaré a quererte
de cerca y de lejos,
con seguridad y con miedo,
con la franqueza de mis células
y lo firme de mis huesos
imperfectos,
torpes,
esos que atestiguan
que cada que pienso en ti
de los pies a la cabeza,
tiemblo.