lunes, 2 de mayo de 2016

De la inocuidad de los huecos.





Un hueco es una cosa vacía, 
un espacio finito que sirve para  muchas cosas, 
aunque a simple vista no pareciera.

Hay huecos que sirven para  que la vida entre y salga;
otros se usan para robarle imágenes a la creación y guardarlas en una masa gris y asquerosa que mora en otro hueco. Estos huecos tienen un sistema sincrónico natural de abrir y cerrar,  y de esa manera racionan el espacio y el tiempo de un recuerdo. Hay otros que sólo sirven para que pase todo el ruido, y dependiendo del tipo de ruido, sirven también como filtro de recuerdos.

Otros huecos se hicieron para rozarse con otros, canjear fluidos y crear vida.

Hay huecos que dan miedo.

Esos son los más interesantes porque son tan grandes y tan pesados, que ni siquiera la luz misma se resiste a su atracción impetuosa y termina cediendo, así eso le cueste la existencia. Esos se dan el lujo de hacerse llamar Hoyos o Agujeros.

Hay huecos que construyen vida, que conectan con otros huecos, que permiten que la existencia se alimente muy a pesar de sí mismos. A veces tienen que ser partícipes de un ciclo finito, sucio, apático y vergonzoso.

Hay huecos que son tan solemnes que, silenciosa pero eficazmente, dan aviso de muerte.

Hay huecos que se pueden tocar, besar, morder y cerrar.


Hay otros que no. 

Y esos son los más poderosos.

Hay huecos invisibles que pesan mucho mucho. Que duelen así no existan, por los que se va la alegría, los anhelos, cualquier tipo de ímpetu, pero nunca el miedo. 

Yo he tenido ese tipo de hueco.

Puedo decir que es un hueco tan detestable, que se da el lujo de jugar a las escondidas conmigo. A veces lo siento en el pecho, en el abdomen bajo y hasta en la boca del estómago: un hueco con problemas de identidad, es el médium de los huecos. Ese hueco me roba la paz. Es tan poderoso que hace que sienta escalofríos, que a veces esté tranquila y que a los cinco minutos sienta que se me va la vida. Es un hueco (a veces) enorme, oscuro, frío y nauseabundo. Se lleva los recuerdos mansos y me llena de rabia, de incertidumbre y de una aversión absoluta hacia cualquier tipo de luz.

No sé de dónde salió ese hueco, pero sí sé de qué hueco se trata.

Ese hueco, imposible de mirar, de tocar y de cerrar, tan dañino y consagrado por el mismísimo Satanás no es tan hueco,

es un huequito. 

Uno pequeñísimo, 

diminuto, 

minúsculo.


Es un nefasto hueco en el alma.