martes, 22 de enero de 2013

Ese día.



Un día decidí que ya no iba a llorar más.

Ese día fue la última vez que me caí por andar corriendo.


Me raspé una rodilla, 
mis gafas se llenaron de polvo 
y me dolía la voz de un:

 "te lo dije".

Ese día no hacía tanto frío, 
por el contrario, 
el cielo estaba despejado 
y uno que otro pajarito cantaba sus mejores notas.



Ese día,

debo confesar,

lloré un poquito.



Ese día escribí una carta, 
enterré un recuerdo que me ponía triste 
y me quedé con el resto, 
los que me hacen sonreír.


Ese día también,
algo,
me dolió un poquito.


Me dolió como cuando a uno le quitan una venda con la que se cura una herida.


Ya me había acostumbrado a estar llena de venditas, 
de heridas que no sanaban 
y de horarios marcados por calmantes 
y dosis cada vez más fuertes de anestesia.


Ese día sentí que era libre y que ya estaba curada.


Pero esa libertad me alcanzó a doler
muy seguramente 
de la misma forma en la que a un pájaro la libertad le incomoda
después de haber vivido en una jaula.


Afortunadamente, esa sensación duró muy poco.



Hoy puedo decir que soy feliz
con la lluvia, con el sol, 
con el miedo, con la certeza,
con el viento...



Soy feliz porque estoy viva, 
porque mi garganta canta ,
mis sueños me mantienen a flote
y porque esa dignidad heredada 
de esa señora hermosa que es mi madre,
me dice todos los días
que todo,
absolutamente todo,
valió la pena.