martes, 14 de marzo de 2023

Alas de macramé

  

Corría el año de 2006. No contaba más que con diecisiete años, el peso de los sueños y un solo recuerdo:  la canción de mamá entretejida en mi memoria. Cansada de ser una extranjera en mi propia tierra, cuyo pasado era una maleta vacía, cerré los ojos y caí profunda.

Llovía.

Mamá decía que las noches de lluvia eran las favoritas de las almas que conceden deseos, y esa noche deseaba recordar.

Soñé.

La silueta de una anciana se dibujaba en la cima de una montaña, la arropaba un cielo anaranjado y la brisa de la tarde jugaba con su pelo. Di un paso para acercarme, pero caí en el fondo de una noche opaca y sin estrellas.

"A todas les pasa lo mismo." Dijo desde la montaña una voz que sonaba a canción de cuna y guitarras eléctricas. "Todas caminan con afán y de repente se olvidan de mirar el suelo". "¿Quién eres?" Dije mientras me incorporaba y sacudía de mi cuerpo lo que parecían ser hojas secas.

 

Silencio.

 

El sol de las cinco de la tarde se reflejaba en mis zapatos y el aire olía a chocolate recién hecho. Cadenas de montañas custodiaban las praderas y el canto de un río era la banda sonora de lo que parecía una película de cine mudo. "¿Por qué lloras?" Seguí con la mirada el hilo de esa voz de plata y mi atención aterrizó en un árbol de manzanas.  Me arrodillé a la orilla del río y en el reflejo del agua vi cómo por mis mejillas corrían riachuelos de lágrimas. No estaba triste, pero la lluvia de mis ojos no cesaba. "No te asustes", dijo la voz proveniente del manzano. "Es normal. Le sucede a quienes buscan en el pasado alguna señal para encontrarle sentido a su tiempo. Acércate."

Me puse de pie. Caminé hasta la sombra del árbol y a medida que me acercaba iba encontrando madejas de yute, algodón, tiras de cuero y cáñamo. "¿Quién eres?", pregunté corriendo el riesgo de irme sin respuesta. "Soy quién te ayudará a recordar." Tuve miedo. Aunque siempre había querido revivir mi memoria, jamás había compartido ese deseo con nadie. "Toma las madejas que más te llamen la atención, no hay ruta para llegar a la cima de la montaña caminando, es por eso que si quieres saber quiénes somos la anciana de la montaña y yo necesitarás tejer unas alas, antes de que anochezca. "¿Cómo voy a tejer unas alas si no tengo agujas?" Pregunté con enfado, puesto que la única manera en la que yo podía tejer hasta ese entonces era con agujas largas y aceradas. "No las necesitas. Todas las herramientas creadas por el hombre son una expansión de las que tiene por naturaleza el cuerpo humano. Si quieres tejer, solo necesitarás los hilos, la luz del día y los dedos de tus manos."

"¡Está loca!" Pensé. Tomé una madeja de tiras de cuero, cinco de yute y tres de cáñamo y las guardé en la mochila. ¡Qué tontería! ¿A quién se le podía ocurrir que con unos materiales tan pesados se podrían construir unas alas y que además funcionarían? De todas maneras, caminé por la ribera mientras recogía palos para hacerme unas agujas. Hice varios juegos con varas de rosa, les quité las espinas, las pelé, y cuando iba a medio tejido, ¡zas!, se rompían casi que al mismo tiempo. Intenté varias veces con varas de sauces, urapanes y eucaliptos y todas las varas terminaban hechas astillas.

 

Comenzaba a anochecer.

 

Temiendo no terminar antes de que cayera la noche y quedarme atrapada en el sueño, comencé a anudar los hilos aprovechando los últimos rayos del sol y las yemas de mis dedos. El tiempo pasaba tan lento como el óxido sobre la hoja de un cuchillo y comenzaba a quedarme dormida. Cuando ya sentía que caía en los brazos de Morfeo hice el último nudo y me puse las alas. Floté. Planeando por lo que podría describir como el Paraíso, vi sentada a la sombra del manzano a Dolores, la profesora que me enseñó a tejer en tercer grado. Mi memoria despertaba de su sueño. Entre los recuerdos que florecían me vi en el patio de recreo, sentada bajo un árbol de manzana, lloraba porque no podía resolver divisiones por dos cifras, porque a esa edad nadie quería ser el amigo de la niña que no sabía dividir. Dolores caminó hacia mí y se sentó a mi lado, traía consigo una bolsa de algodón de la que salieron algunas madejas de lana de distintos colores y un par de agujas doradas. Me dio un poco de su tarta de queso y se puso a jugar con la lana, decía que las hebras eran gusanos guardianes del sol que se abrazaban para construir un fuerte y no permitir la entrada de los soldados del hielo. Me hacía reír. Hicimos muchos fuertes todos los días a la hora del recreo, aunque para los demás niños lo que nosotros llamábamos fuertes eran larguiruchas y aburridas bufandas. Dolores un día no volvió a la escuela, y como a mí no me gustan las lágrimas, no hice ninguna pregunta y la guardé en el hoyo negro del olvido. Cuando me vio volando por encima del árbol me hizo una seña, sonrió y me mostro la montaña de fuertes de colores que ha estado tejiendo durante todos estos años. Seguí planeando sobre el río y al acercarme a las montañas sentí que las piernas me temblaban.

 

"Encima de una laguna, bailaba un rayito de sol, bailaba brillando en el agua como un duende de cristal; y el viento le cantaba la música para bailar".

 

Esos eran mis versos favoritos de la canción del rayito de sol, que la abuela me cantaba todas las noches antes de dormir. Sonaban enredados en el aire como suenan las cometas que bailan en los cielos de agosto. La abuela se sentaba con nosotros en el porche de la casa y nos servía café con leche y galletas saladas untadas de mantequilla y mermelada de manzana. Con la abuela todas las tardes eran tardes de sol. No sé cuál era su secreto, pero siempre que venía a la finca el pasto se veía más verde, los pájaros entonaban sus mejores melodías a las cinco de la tarde y el azul celeste que arropaba la tarde era tan profundo como el secreto del mar. La abuela amaba leer, y tal vez sin saberlo sembró en mí la semilla del amor a la lectura todas esas tardes, mientras subrayaba con un lápiz rojos sus pasajes favoritos de la Biblia. La abuela murió sola en una clínica, a las diez de la mañana, con los ojos abiertos y sin la fuerza suficiente para decir adiós.

 

¡Ya te recuerdo, abuela!

 

Hoy estás allí, serena, sentada en la cima de la montaña. Allí ya no hay dolor y todas las tardes la Eternidad se celebra con café en leche y galletas saladas untadas con mantequilla y mermelada de manzana. Fueron las alas que tejí con las yemas de mis dedos las que me trajeron a ti, a la dueña del hilo que acabará con las grietas en el corazón, los hoyos negros de mi memoria y arreglará la brújula hechiza de mi alma.

jueves, 9 de febrero de 2023

Hace un tiempo tuve la barba azul

 El tiempo se olvidó de los relojes desde el principio de mis noches.

No necesito dormir para soñarte ni tampoco preciso silencio para traer a mi recuerdo el aire de tu voz. 

¿Por qué utilizaste la llave?

Cuando te vi por la plaza caminando de la mano de tu madre, supe que en ti vivía el aliento que le faltaba a mi alma cansada, por eso me atreví a buscarte, a ir tras de los surcos castaños de tu pelo y a multiplicarte sin reparo en los cristales que adornaban el salón principal.

¿Por qué utilizaste la llave?

Perdí el miedo a bailar, pedí tu mano, dijiste que sí, celebramos la boda en la cima de la montaña y olvidaste el horror que respiraba dormido en mi barba azul.

Olvidaste...olvidaste...olvidaste 

¿Por qué no olvidaste la llave?

Te imagino allí

Horrorizada en un mar rojo

 en mi secreto de sirenas 

Pidiéndole al Dios de tus ancestros el milagro quimérico de deshacer los pasos del tiempo.

Te imagino allí

Y también deseo que Cronos me regale su poder, para hacer lo que me venga en gana con las huellas de nuestras horas.

Imagino el miedo escarlata, la llave cayendo en el suelo, las risas ignaras asfixiando al aire, y al deseo de perderte en el misterio del mar.

¿Por qué? 

¿Por qué?

¿Por qué?

¿Por qué no olvidaste la llave?


De la imaginación paso al recuerdo.


Los surcos castaños deshechos en mi mano y la rabia inclemente carcomiéndome las vísceras.

Anita, ¡calla!

"Anita", gritas.

Anita, ¿Por qué no dejaste morir de curiosidad a tu hermana?

Anita, ¿Por qué no escondiste las llaves y te la llevaste a pasear por la montaña?

Anita, ¿Por qué tenías que mirar por la ventana?

El recuerdo me lleva al verde de la hierba, a los rayos del sol de esa tarde, y a las espadas aceradas que cosquilleaban mis entrañas.

Anita, ¿Por qué no dejaste morir de curiosidad a tu hermana?

Hoy, desde el infierno del no tiempo te pido que mires al cielo. No en una noche cualquiera. Búscame en la noche más oscura de la mitad del estío. Para que no estés triste, para que no estés triste, para que desde mi no tiempo pueda protegerte del frío.


















lunes, 19 de septiembre de 2022

Las begonias florecen en el patio

 

A veces, cuando llueve

Resuena en el corazón el eco de tus pasos

De ese domingo por la tarde

Del día que te pedí que no te fueras 


A veces, cuando llueve

Silba tu voz con la del viento

Y acaricia la copa de los eucaliptos que sembraste un par de días después de mi nacimiento


A veces, cuando llueve 

Se revuelve la tierra que quedó en el fondo del vaso 

Miro hacia los lados 

Y el vacío que tirita cerca de las ventanas

Me grita entre dientes que ya no quieres volver 


A veces, cuando llueve

Te conviertes en canción

La acuarela de tus ojos se derrite 

Y del vacío que cargo en el pecho se escucha el eco 

Palpita 

          Revuela 

Lo escucho con paciencia 

Mordiéndome la lengua

Cuento las gotas suicidas que se estrellan contra los techos 

Con la resignación de una vela en medio del invierno

Hasta quedarme dormida 









domingo, 2 de enero de 2022

¿Qué hacen las arañas cuando tienen insomnio?

 Cuando no pueden quedarse dormidas, algunas arañas juegan a contarse los pelos de las patas.

Hay otras que prefieren cerrar los ojos y, mientras luchan con la poca energía que les queda para no abrirlos de nuevo, practican la tan humana e inútil costumbre de contar ovejas.

Hay arañas que no se cansan y aprovechan las horas de no sueño para imaginar diseños de vanguardia y soñar que sus creaciones algún día serán aplaudidas en Milán.

Las arañas más atrevidas y despiertas juegan a las escondidas en las bibliotecas y envuelven en hilos de olvido los libros que un alma que se quedó viviendo en el invierno ya no quiso volver a leer. 

Hay arañas ciegas para las que ni la noche ni el sueño existe.

Esas arañas se quedan inmóviles en las esquinas que conquista el polvo y esperan sin esperar a quedar convertidas en un esqueleto amarillento y liviano, que desaparece con el soplido del viento y vuela confundido entre semillas de diente de león

Hoy no puedo dormir 

Hoy quiero ser araña  

Para no sentir con horror el caminar fastidioso del tiempo, para olvidar que cuento con menos de ocho horas para mantener los ojos cerrados

Para volver a abrirlos y para volver a jugar a que estoy viva

Para ignorar la constelación de agujas que arde en el cielo de mi espalda y me recuerda que con el tiempo se van los sueños. 













miércoles, 29 de abril de 2020

¡Buenos días!

Hoy es un buen día para vomitar las mariposas que flotan muertas
desde hace tiempo
en la barriga de una princesa virgen recién casada


Hoy es un buen día para cerrar la ventana por la que el último rayo cenizo de luz solar entraba
y abrir las puertas a la oscuridad que vive en el hueco
donde antes moraba un corazón


Hoy es un buen día para dejar caer los pocillos de porcelana de una matrona
acariciarlos
rodearlos con la palma de la mano
servir un sorbo de agua
de té
de chocolate frío con queso derretido
y después de libar el trago
estrellarlos contra una pared
recién pintada de blanco


Hoy es un buen día para arrancar las cintas de audio que se enredan en la cabeza
arrebatárselas al recuerdo
hacerlas barco errante en un lago de alcohol
y mostrarle el camino
con un fósforo encendido


Hoy es un buen día para apagar las luces
verse al espejo, escupir el reflejo
para recordar que la vida se limita
a los doce puntos tatuados en el reloj,
que el movimiento del tiempo
no es más que la marcha suicida
que conduce al fin.




jueves, 7 de marzo de 2019

Gravedad



El tiempo vacío sirve para recordar todas las cosas que hago mal

los años perdidos del bachillerato
la castañuela rota 
la cuerda de guitarra reventada
mi imposibilidad de abrir la boca y cantar como a mí se me de la gana

para verme al espejo y recordarme lo infeliz que soy desde que empecé a contar calorías
para recordar que hoy comí
de más
que hoy
comí

para pensar que sería buena idea vomitar después de comer
para pensar que solo un idiota consideraría buena idea la de vomitar después de comer
para perder el apetito
para pensar en quemar grasa
para pensar en qué mar nadar
para perder las ganas de ir al mar
para meter en mi cabeza de ahora ese mañana feliz  que aún no existe
para pensar estupideces
para debilitar los ojos detrás de una pantalla
para sentirme mal por perder el tiempo debilitando mis ojos detrás de una pantalla
para hacer ejercicio
para recordar que ya no puedo hacer ejercicio porque me duelen los huesos
porque estoy enferma
y que cuando no estaba enferma no me gustaba tanto hacer ejercicio

para recordar que el tiempo pasa
y se la pasa caminando por mis fosas nasales
disfrazado de aire

para escribir estupideces

como que el tiempo no muere
que el que se muere es uno 
que uno es el que pierde
pero, ¿qué pierde?


Tiempo
Aire
Nada

para recordar que mañana hay que madrugar
que hay que activar la alarma y evitar un retardo
para pensar que perder el tiempo es un pecado
que hace llorar a los santos 
y pone a bailar a los diablos

Síndrome de abstinencia




Abrió la ventana 
y ella estaba allí

sentada sobre el techo de la casa del frente
con una sonrisa sin dientes
con una melena enredada 
con una oreja pegada a la pared
con los ojos entornados
con la atención puesta en los gemidos de la vecina
que atravesaban la noche y el cemento de las paredes


cerró la ventana
cerró las cortinas
apagó la lámpara 
y se metió debajo de las cobijas
abrió los ojos
y respiró el negro
el negro que antes bebía de los pocillos
le cundía los ojos
y le acariciaba la piel por debajo de las cobijas


una garra le apresó el tobillo 



se hizo la muerta


pero el hambre de un limosnero le pateó el hígado



saltó de la cama



bajó a la cocina




prendió el fogón




hirvió el agua




preparó la infusión nocturna




besó al insomnio



y ella estaba allí

sentada sobre el mesón de la cocina
con una sonrisa sin dientes
con una melena enredada 
con una oreja pegada a la pared
con los ojos entornados
con la atención puesta en los gemidos de la vecina
que atravesaban la noche y el cemento de las paredes