lunes, 6 de noviembre de 2017

Sobre el éxito y otros orgasmos fingidos



La buena esposa es obediente y complaciente; aunque, siendo sinceros, hace más justicia al pedestal de santidad reservado para ella la palabra decente. Debe estar a la altura de las damas de sociedad y ser el motivo de orgullo de su señor esposo, pues es ella su mejor adquisición. Las buenas esposas se ciñen a las reglas morales y tienen rotundamente prohibido consentir pensamientos impuros; ese es un privilegio reservado para el caballero que les hizo el favor de llevarlas al altar.  Son concebidas como santas y han aprendido desde niñas que el placer es el demonio proxeneta de las putas. Por fortuna, una buena esposa también tiene derechos, como al de la soledad, esa que se convierte en su Universo cuando su esposo trabaja. En ese amague de libertad le obedece a la voz que acalla cuando está rodeada de gente; cierra las puertas de su habitación, se mira al espejo y poco a poco, sin dejar de mirarse a los ojos, se despoja del disfraz de buenas maneras que le compró el marido. Duda, pero se percibe tan deseable, que no le queda más remedio que obedecer al instinto y comenzar a acariciarse.
¿Será que Dios me está mirando?

¡A quién le importa! Sí, en su intimidad también le está permitido darle a Dios un rol secundario, los dedos resbalosos en medio de las piernas y la  dulce epifanía de la culpa.

¿De qué está hecho el cielo?

Silencio.


Ya casi es hora de la cena. Hay que lavarse las manos, ponerse la ropa y abrir la puerta. Sale de la habitación como el niño agazapado que acaba de comerse el chocolate que le robó a la abuela. Solo cuando comente ese pequeño crimen, -lejos de los ojos de su esposo, de su madre y del mismísimo Dios decepcionado- se concibe como mujer de carne y hueso, se siente realmente humana y desea, con algo de culpa, que el mequetrefe de su marido encuentre un trabajo en otro continente para pasar más tiempo con ella misma. Mientras eso ocurre, se pone el disfraz de obediencia y sigue al pie de la letra las normas que la pondrán en su pedestal de mujer decente; se dedicará a hacer las cosas bien, a replicar con algo de decoro a un prolífico y políticamente correcto escritor de bestsellers.  

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