domingo, 21 de noviembre de 2010

Cuestión de días

Hace pocos días cuando me levanté, me tomé el café de todos los días y salí a la calle.

De camino a la rutina me encontré con un desconocido. Llevaba un sombrero negro y grande, casi tan grande como los centímetros que roban espacio a la atmósfera para permitir que él exista. En total, el mentado señor de sombrero negro, le robo al espacio 190 centímetros de altura, y como unos 100 de ancho. Lo suficiente para soportar el peso de los sueños y la densidad de el agua que se necesita para poder acudir a las lágrimas de vez en cuando.

De ese sombrero salían muchas cosas.

Sobre todo canciones.

¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Dios!!!!!!!!!!!

Eso era lo que más me gustaba.

De repente le salía uno que otro mal pensamiento...esos también me gustaban,

Y MUCHO,

porque yo participaba en muchos de ellos y no le encontrábamos ningún problema a materializarlos muy a pesar de su historia y de la mía.

Otro día me levanté, ya queriendo ignorar al extraño del sombrero, pero cuando salí de nuevo a la calle, él estaba ahí. Sentado sobre su guitarra y con una melena hecha de espirales que me enredaban la moral cada segundo que me colgaba de ellos para robarle un beso.

Nos seguimos encontrando y me seguía yo enredando.

Llegué a amarlo tanto así como amo el café.

Aún a sabiendas de que hace daño, decidí beberlo sorbo a sorbo, como si fuera la última taza remanente en la cocina.

Caminando de su mano estuve cerca de alcanzar el cielo. De hecho, creo que lo alcanzamos muchas veces. Jugábamos a saltar de estrella en estrella y a escondernos en agujeros negros que eran la trinchera perfecta para jugar a amarnos.

Vaya que lo amé.

Para un simple mortal, lo malo de ir al cielo es que en algún momento hay que bajar a la tierra. Y sí señores como muy seguramente era de esperarse, me bajé yo primero.

Dolió.

Dolió tanto como debe dolerle a un ángel meterse en el vientre de una madre para venir a enfrentar esta sucursal del infierno apodada tierra.

Dolió y los raspones no se me han pasado.

Claro está que tengo un secreto para que ya no duela tanto.

Cada que miro al cielo, busco agujeros negros.

Agujeros negros para tirarles todo eso que aún me quedó por darle al señor del sombrero. Muchos besos, muchos sueños, miles de canciones y muchas noches que están en deuda por una historia que aquel señor no quiere dejar de contar.

Desde aquí abajo, seguiré buscando agujeros negros en ese enorme queso negro que está a cargo de expandirse en las noches para que pueda yo seguir teniendo sueños.

Desde aquí abajo.

Me quedaré dormida para despertar mañana. Buscar de nuevo la rutina y cambiarle la gasa a esas heridas que no han sanado y que todos los días me recuerdan que el cielo existe, pero que no está hecho para mortales, ni siquiera para esos que dicen ser a prueba de cielo.

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