lunes, 1 de noviembre de 2010

Para el Monacho de seis cuerdas.

Sé que no es un cuento de hadas.

Sucede entre dos comunes y corrientes que decidieron darle una patada al pasado y jugársela por un sueño compartido a riesgo de lo que pueda significar el caminar a ratos de la mano y a ratos de lados opuestos de la calle.

No hay cursilería ni tampoco promesas de amor eterno.

Sin mayores pretensiones nos acercamos cuando se le puede hacer pistola a los principios, y vivimos cada segundo como si fuera el último de nuestra vida juntos.

Con el pelo

.... laaaaaargo.....

más largo que los días que no le veo, y con una guitarra que más que un instrumento es el pasaporte a los sueños suyos y míos, y de tres gatitos más que se atreven a caminar con nosotros, me roba, sin saberlo, los suspiros y las sonrisas que había decidido guardar por miedo.

Esta vez no quiero tener miedo.

Me gusta caminar con el Monachote grandote de sombrero negro y pasaporte de seis cuerdas.

Así.

Con su cara larga y aspecto malgeniado.

No me importa que sea a ratos.
No me importa que sea a escondidas.

Lo que me importa es que cada vez que caminamos juntos, sé que tengo al compañero indicado y que no hace falta gritarle al mundo todo el amor que siento por él, y que encerrarlo en una oficialización absurda de lo que me lleva a amarlo, solo lograría apagar la luz que sale de mis ojos cada vez que lo tengo cerca.

Sí.

Lo amo señor del sombrero negro y pasaporte de seis cuerdas. Lo amo y no se lo voy a contar a nadie.

Ni siquiera a usted.

No sabemos que pasará cuando la luna sepa que ya ha terminado su jornada laboral y el sol decida ya no estar perezoso para salir a trabajar al punto más alto de su firmamento. No sé si se me dará el chance de estar ahí para atestiguar como justifican ellos su salario.

Lo que a ciencia cierta sé, es que me he dado la oportunidad de amarlo cada instante que estamos juntos, y cuando no, me dedico a ser un instrumento de luz, para estar tranquila cuando no lo tengo cerca.

Sí señor del sombrero.

Con y sin usted mi vida sigue intacta.

Aprendí a amarlo como se ama la gente grande.

Con fantasmas encadenados y un montón de mariposas en la barriga que hacen que cada caricia suya derrita los polos de mi conciencia adulta y me rinda a su encanto, tal y como se rinde un niño ante un inmenso helado de chocolate.




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