sábado, 4 de junio de 2011

De un día para otro

Las cosas pueden cambiar sustancialmente...

Si antes no me gustaba la lluvia,
hoy me alegra el día levantar la mirada a cielo y ver incontables nubarrones grises.

Si antes me molestaba dormir con alguien,
hoy agradezco el abrir mis ojos y tener a quien abrazar...
y a quien me abrace, por supuesto.
Si antes esperaba a un príncipe azul,
hoy,
gracias al día de ayer,
espero a que nadie planee nada para estar conmigo...

Ayer esperaba,
hoy no espero nada.

Me gustó mucho pasar la noche de anoche.

Fue muy rara,
como todo el día de ayer.

Los amigos y su discurso blandengue y romanticón se esfumaron como algodón de azúcar en boca de novia enamorada.
Ayer me sentí tan sola,
como podría sentirse un vendedor de carne un viernes santo en un país católico.

¿Quien iba a pensar que un par de numerillos,
esos con los que tanto peleo,
me iban a salvar la vida?

Como el que apuesta su vida por un poco de compañía,
hice dos o tres llamadas...
hubo un par de respuestas,
pero una en especial,
la que no esperaba tanto,
fue la que me haló de nuevo para poder tocar el piso.

Anoche, y esta mañana me sentí en mi propia película.
No hubo testigos para compartir lo emocionante de perderse una noche en los brazos de un extranjero que reside en mi recuerdo y que al volver a mi,
sin pretensiones de ningún tipo,
se hace residente vendedor de sonrisas y de deseos insípidos de volver a verle.

Anoche y esta mañana viví mi propia película.

Sentí lo que es estar y no estar. Dormir abrazada a alguien que muy seguramente no regresará y no tener miedo a que este fulano mi nombre olvide.
De seguro,
no se le olvidará nunca.

Sentí otra vez que no es tan malo caminar bajo la lluvia, desayunar en un restaurante de medio pelo y tomar un bus con la sonrisa de oreja a oreja, con la satisfacción del deber cumplido y con la sensación que debe tener un ladrón profesional que, debido a la perfección de su crimen, sabe que NUNCA podrá ser juzgado


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