miércoles, 24 de marzo de 2010

ECCOMI

Lo más bonito de escribir es que se corre el riesgo de tener un nuevo vicio.

Sé que no soy la mejor escribiendo, pero me sirve como terapia de relajación de dedos, pero no precisamente los de las manos o los pies. Me relajan los dedos que manosean mis pensamientos y enredan mis neuronas a punta de emociones e ideas locas.

Y ¿saben?

Lo mejor es que con este vicio, es probable que se le quite el primer puesto a mi horroroso hábito del café. Amo el café, pero hoy llegué a detestarlo, sobretodo cuando sentí que se me iba a salir el estómago del malestar tan tremendo que sentí en el bus.

Igual

Estar acá sentada tiene una razón de ser, y es obviamente otra historia.

Esta vez Mi historia del día de hoy.

Cuando se toca la puerta del tercer piso (para algunos el cuarto ya) se empieza a apaciguar la tormenta y el afán de querer tenerlo todo al mismo tiempo comienza a desaparecer.
Se piensa para hablar, se saca tiempo para escuchar y se comienza a aprovechar cada instante para sacarle el cuerpo a las sombras y permitir que el brillo salga a través de una sonrisa.

Y hoy sonreí mucho.

Hubo varias razones.

Entre ellas el recuerdo de la escena de TRÁGAME TIERRA, de la cual OBVIAMENTE fui protagonista como otras tantas veces y de la que es imposible escaparse sin tener como música de fondo mínimo una sonrisa burlona.

(QUE MAL)

Y bueno...la sonrisa del aquél que hasta hace poco me gustaba, pero que ya no me gusta por andar negociando clases de Inglés en bailaderos, con futuras estudiantes, que para obtener la tan preciada clase, pasan horas en el salón de belleza y logran bailar aún estando empacadas al vacío.

Las clases, los niños... Los ojitos aguados de Gabriel por el pisotón que le dí sin culpa y el recuerdo de la fuerza desmedida de su abrazo cuando le dije que lo sentía y le sobé la manito para que ya no le doliera tanto.

¡Pero lo mejor de todo fue Juan Pablo!

Iba yo, en medio de mi día feliz, a servir la parte saludable de mi almuerzo, y, como un duendecito que se escapó de un cuento, estaba entre las ensaladeras jugando con una cuchara.

Ya le había dicho a alguien que Juan Pablo es muy poco amigable, pero que creo que Dios lo hace sonreír cuando me ve para que yo también sonría gracias al recuerdo que me traen sus ojos grandes.

Allí escondidito me miró y sonrió. Aunque no le gusta el Inglés, me respondió a todo lo que le pedí y me sirvió la ensalada (Todo con tal de justificar su presencia en medio de las ensaladas, en vez de estar en el salón de clase).

Lo más lindo es verle su carita llena de la luz que produce su sonrisa. Una sonrisa llena de picardía. La picardía que se esconde en un secreto que Dios quiere contarme, pero que quizás aún no estoy lista para escuchar.

Mientras tanto le seguiré haciendo cocos. Todo por ver esa sonrisa y poder excusar el robo de un abrazo que inevitablemente tendrá que suceder.

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