Había prometido no volver a tocarla.
La última vez que lo había hecho,
la sensación fue más agria que dulce
y a la mañana siguiente el aire parecía más pesado.
La tocaba porque era dulce,
suave,
cálida y húmeda;
virtudes que hacían que después de finalizado el ritual de la caricia
este quisiera repetirse hasta el cansancio.
Había prometido no volver a hacerlo
después de haber sentido una soledad inmensa
tras haber regresado de un viaje por el cielo.
Iba y volvía,
con roces cálidos y fríos
que no le costaban nada...
ni si quiera una palabra.
Lo prometió, pero reincidió.
Esta vez con menos culpa, más curiosidad
y con la cosquilla en el estómago
de quien siente que se enfrenta a una primera vez.
Sin culpa.
Sin miedo.
Sin ansias y hasta sin tiempo.
Esta vez volvió a tocarla...
con curiosidad, pero sin deseo.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario