lunes, 7 de febrero de 2011

Invisible



Desde que La Estrella más brillante de todo el universo decidió enviarme a este Jardín de Freud, vengo metiendo la pata.

Puedo imaginar la cara del doctor cuando, al querer darme la bienvenida al mundo, vio un par de piececitos y no la cabecita prominente de un bebé.

También recuerdo cuando mi cuaderno de escritura de segundo grado quedó todo manchado de rojo porque me daba pena decirle a la profe que "se me había venido la sangre"

Recuerdo también haber guardado silencio aquel día que ese señor de gafas gruesas quiso robarme un beso y darme caricias indebidas.

Debe ser porque apenas tenía yo seis años.

Un día, por desobediente quise jugar a ser Dios y sacarle la punta a un lápiz con el cuchillo de pelar las papas. El chiste me costó la uña de mi dedo pulgar.

Creo que eso fue a los cinco años.

Iba al colegio muy juiciosa.

Sacaba las mejores notas y hacía de mi papá el hombre más orgulloso del mundo. Creo que eso es bueno.

Recuerdo que cuidábamos una finca muy grande de un señor español. Escuchábamos entrevistas en la radio, en un idioma que yo no entendía y de repente se colaba una que otra aria de ópera que, en ese momento, no era más que alaridos parecidos a los de un fantasma.


Esa era la lógica de una niña de 6 años.

Crecí.

No mucho, pero crecí,

siempre queriendo ser vista.

He dado los mejores regalos que Dios ha puesto en mi corazón.

Yo creo que Dios le da a uno el amor en bolsitas y que hay que entregar el contenido completo al destinatario.

HE DADO MUCHAS BOLSITAS Y ESO ME HA HECHO MUY FELIZ!

Y que conste que ya no tengo seis años.


Todo ha sido muy lindo.

Soy feliz con la vida que tengo.

Amo a mi familia, mi vida, mis amigos y mi trabajo.

LA MÚSICA.

Solo hay una cosita.

Siempre que entrego el contenido de las bolsitas, guardo la esperanza de que aquel feliz destinatario tenga una bolsita para mi.

Juro que he dado todo el contenido de ellas y que no me he quedado con nada.
He visto sonreír a muchos cuando ven lo que tengo para darles.

Lo que aún no entiendo es por que no se quedan conmigo.

Soy más que una mensajera llena de bolsitas.

Soy un poco rara,

lo sé,

pero eso no quiere decir que mi corazón sea el de un árbol y que de vez en cuando no quiera recibir una bolsita.

Eso me ha llevado a conservar una pregunta que me hago desde que tenía seis años, la cual hoy conserva la misma construcción gramatical, las mismas palabras e idéntico contenido semántico:


¿Por qué nadie quiere jugar conmigo?

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