viernes, 2 de abril de 2010

Pronóstico del tiempo

Hay días en los que uno no sabe que escribir y hoy es uno de esos días.

Brincando de cosa en cosa me la he pasado y he hecho apenas un par de cosas productivas. En eso me he gastado más o menos, 420 minutos.

Si uno se pusiera a pararle bolas al tiempo y a como lo desperdicia, tendría muchas razones para amargarse el resto de tiempo restante, y de paso, seguir perdiendo tiempo.

Si uno no pensara tantas pendejadas, viviría más feliz y disfrutaría cada instante que Dios tiene para regalarle a uno con cada respiración. Yo por ejemplo, creo que escribiría más canciones, intentaría más recetas con café, muy probablemente me habría dejado conquistar por algún vicio productivo y de pronto hubiera planeado todo fríamente para haberme robado un par de besos.
Pero las cosas no son así.

Mi naturaleza de humana común y corriente me lleva a preferir las cobijas y la tristeza muy de vez en cuando. Tengo la maldita maña de querer cambiar las circunstancias y acomodar todo para lograr una felicidad temporal, que, la mayoría de las veces, vendría a ser dependiente de un representante del género contrario al mio.

Que mal,

¿verdad?

Igual

Lo bueno de todo esto es que en medio de mi soledad y afanosa pérdida de tiempo aún tengo espacio para los sueños. Sí. Los sueños son ese tipo de baño público en el que uno entra por pura y física necesidad, en medio de lugares que no son familiares, pero que por razones ajenas a los deseos, son los lugares en los que uno pasa el 85% del tiempo de su vida.

Necesito escapar de mi realidad a ratos, y para los momentos de aburrimiento mis sueños son, más que un baño público, mi trinchera.

Pero hay algo más.

He descubierto en los últimos días que uno puede encontrar un punto medio entre los sueños y la realidad. Hay algo que los conecta y es eso lo que hace que la vida de un simple mortal a sus treinta años tenga sentido. Eso ya me hace no promedio y es lo máximo.

Para encontrar ese punto hay dos opciones:

Escuchar el consejo de los viejos
o
Escucharlo y salir corriendo a ver si es cierto lo que dicen.

Bueno.

Conociéndome como me conozco y viviendo lo que he vivido, puedo decir que las probabilidades apuntan a que un ser humano promedio como yo escogería la segunda opción.

Y sí.

Esa es la que he escogido la mayoría de las veces.

Con un par de cicatrices en el alma y uno que otro moretón en la conciencia me decidí por la segunda opción.De haber elegido la primera, muy probablemente tendría menos cicatrices y menos moretones, pero pues igual, creo que tendría un par de historias menos para contar y otro par de canciones menos que escribir.

Sí señores.

La terquedad y pérdida de tiempo no son del todo malas.

La terquedad me ha llevado a obtener la materia prima que necesito para no perder el tiempo y escribir canciones. Se necesita mínimo una de las dos para poder llegar a ese punto que conecta mi sueño de tocar por el mundo con mi banda con las madrugadas de todos los días para dictar clases de Inglés.

Se que estoy descubriendo el agua tibia y que no estoy diciendo nada nuevo, lo cual me lleva a hacerme una pregunta:

¿Será que escribiendo estas líneas también he perdido el tiempo?

La verdad no lo sé ni me importa. Por el momento solo sé que ya estuve suficiente tiempo aquí sentada, que afuera siguen lloviendo hasta maridos y que en la cocina me espera una estufa, un frasco lleno de café de pepa y una olleta con agua caliente para preparar el ya famoso tinto con panela que siempre ofrezco a las visitas.

Que novedad,

¿no?

Para cuando me esté tomando el tinto seguiré pensando si estuvo bien desperdiciar el día al frente de un computador, en vez de estar lavando la ropa u organizando mi cuarto. Pero la situación será la misma. Estaré tomando café, pero esta vez al frente de un televisor. ¿Y el tiempo? ¿Estaré de nuevo perdiendo el tiempo?


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