jueves, 7 de agosto de 2014

Mea Culpa.

Hoy le voy a confesar que tengo miedo.

Desde que lo conocí, una sonrisa se me escapa, 
cada vez que esos huequitos indecentes que aparecen en sus mejillas 
se me atraviesan en algún recuerdo.

Me asustan también esas ganas locas de acariciar sus ojos con palabras,
y gritarle a besos que me muero de deseo por saber qué se sentirá perderme 
en las interminables líneas de su mano.

Temo también el hecho de no querer decirle adiós en cada fortuito encuentro que el universo planea para nosotros.

Me da pánico no querer sacarlo de mi mente, ni de mis sueños.

Siento un gran horror cuando pienso en el tiempo, 
en su implacable, pero sutil, manera de tenernos lejos.

Los años, los días, el viento...el tiempo.

Quiero secuestrarlo un día, 
llevármelo a lo más alto de la montaña para que me ayude a encontrarle formas lindas a las nubes. 
Me parece también buena idea comprar una cometa; esa de lucecitas de la que le hablé hace poco, para que, con la excusa de elevarla en la noche e iluminar el cielo, sepa yo a qué sabe la fortuna de amanecer a su lado.

Con mis dedos lo acaricio desde lejos, con mi voz lo arrullo y en mis pensamientos suena muy afinado el decirle a usted: "Lo quiero".

En mi cabeza todo es perfecto.

De fondo toca el mismísimo Chopin una Polonesa cómplice que acompaña cada encuentro.

En mi cabeza, todo es perfecto. 

El miedo retorna cuando abro los ojos. 

Cuando el tic tac  del reloj canta su aria de lejanía y me recuerda que usted y yo podemos ser felices solo en mis sueños. 

miércoles, 31 de julio de 2013

Cuando se apagan las luces.



Cuando la música suena, 

comienza esa muerte de ojos abiertos, 

latidos lentos 

e indescriptible levedad.



Cuando amanece 

comienza ese interminable ir y venir a ninguna parte,

ese ansia de nuevas melodías,

ese deseo inmenso de volver a la infancia.




Cuando no estoy dentro de mí soy otra.


Esa otra que no me gusta,
que tiene que vivir rodeada de gente,
porque su maldita condición humana

-sí, maldita la condición humana-

la obliga a ser un ser social.



Pero en cambio, 

cuando vuelvo a mí

sale mi niña, 

la que no tiene miedo,

la que se ríe a carcajadas

y aún cree que existe el paraíso.




Cuando vuelvo a mí,

las tardes huelen al café con galletas y mantequilla

de la abuelita,

suena la pandereta que me regaló el abuelo

y todos los días el sol brilla, 

una brisa suave me acaricia el pelo.




Cuando vuelvo a mí

no tengo miedo...



Logro que mi alma vuele,

que dé un paseo por la vía láctea,

para luego llegar cansada,
llena de dicha y de notas que le devuelven el brillo.




Cuando vuelvo a mí 

sueño, 

río



siento.



Cuando quiero volver a mí,

 solo tengo que abrir la boca,  

para que ejércitos de estrellas invadan mi alma,

y junto con suspiros cómplices 

me convierta yo en un instrumento, 

simple, pero contundente.



Para volver a mí solo tengo que abrir la boca,

tomar aire, 

cerrar los ojos

 y 

comenzar a cantar.



martes, 22 de enero de 2013

Ese día.



Un día decidí que ya no iba a llorar más.

Ese día fue la última vez que me caí por andar corriendo.


Me raspé una rodilla, 
mis gafas se llenaron de polvo 
y me dolía la voz de un:

 "te lo dije".

Ese día no hacía tanto frío, 
por el contrario, 
el cielo estaba despejado 
y uno que otro pajarito cantaba sus mejores notas.



Ese día,

debo confesar,

lloré un poquito.



Ese día escribí una carta, 
enterré un recuerdo que me ponía triste 
y me quedé con el resto, 
los que me hacen sonreír.


Ese día también,
algo,
me dolió un poquito.


Me dolió como cuando a uno le quitan una venda con la que se cura una herida.


Ya me había acostumbrado a estar llena de venditas, 
de heridas que no sanaban 
y de horarios marcados por calmantes 
y dosis cada vez más fuertes de anestesia.


Ese día sentí que era libre y que ya estaba curada.


Pero esa libertad me alcanzó a doler
muy seguramente 
de la misma forma en la que a un pájaro la libertad le incomoda
después de haber vivido en una jaula.


Afortunadamente, esa sensación duró muy poco.



Hoy puedo decir que soy feliz
con la lluvia, con el sol, 
con el miedo, con la certeza,
con el viento...



Soy feliz porque estoy viva, 
porque mi garganta canta ,
mis sueños me mantienen a flote
y porque esa dignidad heredada 
de esa señora hermosa que es mi madre,
me dice todos los días
que todo,
absolutamente todo,
valió la pena.



miércoles, 26 de diciembre de 2012

De a pocos.



Anoche fue una noche larga.
Después de la fiesta llega el guayabo, 
después del amor,
los recuerdos
 y al final de los recuerdos,
 el olvido.

Anoche salí a caminar por debajo del halo de la luna...
pisando la sombra de los árboles 
y jugando a ser un canal para el humo, 
claro, 
eso sí, 
a escondidas de mi mamá.

Anoche mi cabeza estaba en silencio,
uno de esos convenientes, 
de los que lo exime a uno de la culpa 
y le da permiso de soñar un rato, 
de jugar a las escondidas con el miedo 
y anestesiar el odio.

Anoche fue una de las tantas que un señor Julio no me dejaba ir a dormir.

Anoche me perdí en París, 
soñé con la Argentina, 
apadriné un ángel 
y me disfracé de Maga 
para olvidarme de mí 
por un rato.

Anoche dolió escuchar
que es mejor dejar ir.

Es mejor cerrar el libro que a uno no le gusta,
esperar que pase el tiempo para volver a abrirlo.

Inviernos, veranos...
porque en mi tierra es todo lo que tengo...
esperar a que la lluvia 
y los rayos de sol 
me ayuden a borrar las letras
que hacen daño, 
como el azúcar, 
como el placer de fumarse un cigarro.

Esperar a reunir fuerzas y de a pocos irme caminando,

seguir viéndote de lejos,

olvidar tu melodía,

cerrar la partitura 

y que este

sea un adiós

en

di

mi

nu

en

d

o
.







jueves, 20 de diciembre de 2012

Hace rato

Hace rato tengo ganas de tocarte.

Hace rato te espero,
te miro de lejos...

recuerdo como suena tu voz...

me acerco,
te sueño,
me despierto y me alejo.


Hace rato que deseo tus besos,
tus dedos
tu pelo...

Hace rato no te veo,
y la verdad,
hace rato tomaste forma de recuerdo.

Hace rato juego a tocarte,
a desenmarañar el enredo
que hiciste en mi pelo
cuando por fin te escapaste,
cuando te presté mis alas
y volamos lejos.

Hace rato que quiero olvidarte...

Pero alejarme me cuesta,
me duele,
me pesa.

Hace rato que quiero tocarte,
de la misma manera que un manco
quisiera,
con sus oníricas manos,
interpretar una sinfonía.

Hace rato no escribía,
y es que hace rato,
después de un sin fin de inviernos
un montón de música y de sueños

hace rato...

hace rato....

mucho rato...



hace rato...


no sentía.


jueves, 1 de diciembre de 2011

Ya no es un secreto

Un día descubrí que te amaba,
y ese día decidí que ese sería el secreto mejor guardado en el mundo,
después de la fórmula de la Coca Cola
claro está.

Ese día decidí que serías mi sueño
y tenerte en mis pensamientos de día y de noche
sería como el deber de tomar café cada mañana
para comenzar mi día con una sonrisa.

Ese día las mariposas se instalaron de nuevo en mi estómago, 
y me recuerdan que están ahí cada vez que te me acercas.

Ese día olvidé decidir algo importante.


He debido decidir que mi secreto se quedaría conmigo,
pero la verdad,
es que me fue difícil opacar el brillo que se escapaba de mis ojos
cada vez que pensaba en ti o estabas a mi lado.


Olvidé decirle a las mariposas que no volaran cuando estabas lejos. 


Olvidé controlar mis impulsos  y,
alguna vez,
llevada por algo de valentía me atreví a decir que te quería mucho.


Ese día yo misma cerré la puerta.

A los príncipes no les gustan las princesas que dicen lo mucho que los quieren...

to begin with, princes just like princesses...
I had already said that I'm anything but a princess...

Había también olvidado que revelar secretos hace que la magia se vaya.
Mi secreto era lindo, perfecto mientras estuvo en mi cabeza y en mi corazón.

Soñarte era hermoso y podía escribir cuentos con finales felices...en mi cabeza.

Un día abrí la boca para cerrar la puerta.
Las mariposas se fueron y con ellas mi sueño.

Mi sueño, las mariposas y el amor que guardaba con tanto celo se fueron contigo,
porque el día que te dije lo mucho que te quería decidiste que era mejor irte...
y una vez más
me quedé volando sola.






lunes, 28 de noviembre de 2011

Lo que pasa por dejar la puerta abierta.

Hace un tiempo, algún transeúnte que me encontré en el camino dijo que yo debería escribir cosas felices y no centrar el color de este blog a ese que se desprende de mi alma mientras una hueca tristeza se instala dentro de mi.

Quisiera tener la fórmula para escribir cosas felices, pero creo que lo feliz es mejor vivirlo y no perder el tiempo traduciendo la alegría en palabras o encerrando trozos de felicidad en párrafos que, probablemente, nadie leerá.

Hoy escribo porque me siento triste.

Y es que ni el frío, ni la inundación de la carretera, ni la deprimente rutina de la que quiero escapar todos los días ayudan para que el color de mis días sea un poquito más amable.

Hasta hace unos días todo estaba bien. Digamos que estaba medianamente tranquila y pasaba los días pacientemente con cal y arena. Había cerrado todas las puertas de mi casa y había también decidido que sería la única en habitar este espacio. Ya instalada en mi recinto sagrado, me ocupé de hacer alguna que otra mejora, como tapar goteras, destapar cañerías, una que otra remodelación y cambiar el color oscuro que hacía ver los cuartos más pequeños.

Todo iba bien hasta que por instinto, necesidad o mera estupidez, tuve que recordar que no estaba sola y que de vez en cuando era bueno compartir los espacios con los vecinos.

Sin querer invitar a nadie, dejé la puerta abierta. Estaría bien recibir a alguien siempre y cuando no se demorara más de lo normal. Ya había tenido visitas engorrosas que prometían ayudar en momentos de necesidad extrema, cosa que haría cualquier buen vecino. Estuvo bien al principio, era amable tener vecinos que quisiera ayudar en momentos de dificultad. Lo raro del asunto es que cuando la tormenta llegaba, estos azucarados seres se desvanecían con el viento y de repente aparecían en otras casas expeliendo veneno y exponiendo sus ponzoñosas lenguas a merced de lo que habían visto en mi casa. Al ver semejante prueba de conveniente amistad, decidí que era mejor prescindir de sus empalagosas existencias y continuar en mi casa como Dios me mandó al mund: sola.

Pasaron los días y no llegaba nadie. Comenzaba a sentir frío y decidí cerrar la puerta.

Estaba a punto de cerrarla, cuando de repente llegó un vecino. Un señor ahí, que ya había pasado a visitarme. Por algún motivo yo había desistido de su compañía, ya que a él no es que le gustara mucho frecuentar mi espacio.

Comenzamos a charlar. De repente no era él quien me visitaba, sino yo quien iba hasta su casa. Pasábamos buenos ratos, buena comida, buena charla...buena música...el tiempo pasó y ,de a pocos, ese vecino se instaló en el cuarto más especial de mi casa. El lugar donde se hospedaba era tibio, iluminado y la brisa pasaba de vez en cuando para refrescar el ambiente. Este señor era muy especial, tan especial, que cuando no estaba presente, yo aprovechaba para recostarme en su cama, sentir el olor de su pelo en la almohada y acariciar los recuerdos que ya comenzaban a sacarme sonrisas de vez en cuando.

Era muy bonito.

Una vez el vecino desapareció.

Lo busqué un par de veces, pero recordé que así habían sido un par de vecinos más.
Ese día cerré las puertas de mi casa otra vez. No lo volví a buscar. Aprendí que cuando la gente desaparece es porque encontró cuartos más seguros y más calientitos y lo bueno que se vivió en un hogar de paso, queda guardado en el baúl de los recuerdos.

Y es mejor que suceda así.

Estoy un poquito triste, pero el diagnostico es de moretón, no de fractura.

Por mi parte aseguraré la puerta. Cerraré las ventanas para que no haga tanto frío y prometeré no volver a molestar a los vecinos amables para que quieran quedarse conmigo.