martes, 3 de mayo de 2011

Una punzadita

Dicen que uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde.

En estos días lo he sentido y no me ha gustado nada.

Hace unos días se me clavó una estaca.

Sí.

Una estaca en el corazón que me recuerda que estoy viva
y que lo hermoso, pero frágil de este regalo que me hizo mi Padre hace 31 años, puede estar pendiendo de un hilo.


No es esa estaca que se clava por lo estúpido de un desamor o por el miedo a quedarme sola.

Es una punzada que queda después de mucho café, montones de dulces en las tardes de un domingo y uno que otro respiro de humo que hace que las penas se las lleve el viento.

Esa punzadita hace que la inquilina de estos 149 centímetros de estatura tenga miedo de no abrir los ojos
mañana
y que,
de un momento a otro,
pase a ser un recuerdo en algún álbum de fotos .

Esa estúpida estaca, hace que muy pronto tenga que ver a esos señores de batas blancas que tanto detestaba el abuelo,
y que verlos,
más que un anhelo,
sea una necesidad.

Algo que me de una luz, y no precisamente la que lleva a la eternidad.

Esa estaca está ahí amenazante... se retuerce cada vez que me asusta algo tonto y revive a ratos para recordarme que mi vida, como la de una mariposa, es un poco más que frágil.

Jamás pensé escribir acerca de este miedo.

Miedo a cruzar el río sin que mi mamita me lleve de su mano. Miedo a que el abuelo deje de escuchar mi risa y miedo a que mi perrita ya no tenga a quien salir a saludar.

Maldita punzada.

Ya me cae gorda.

Por el momento habrá que seguir caminando.

Hacer como si no existiera.

Esperar a que pase el tiempo en ese mundo en el que no seré más que un recuerdo, para poder visitar a los señores de blanco,

algo que odio mucho más,

y más ahora,

que el tener que cargar una sombrilla en mi maleta.

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