sábado, 19 de marzo de 2011

Rebeca

A la hora del recreo, el patio de juegos parece un carnaval de gritos, risas y dulces regados por el suelo.

Todos los niños esperan con ansia el sonido del timbre para escapar del tedio del salón de clases y encontrarse con sus amigos para hablar de cosas realmente interesantes.

Sin falta, se encuentran un par de equipos para jugarse el honor en un partido de fútbol y así definir quien hará el primer saque en el próximo encuentro.

Hoy no será la excepción.

Ya sonó el timbre y todos corren a hacer la fila del restaurante para deshacerse pronto de ese terrible deber del almuerzo y salir rápido a defender la honra.

Unos juegan, otros corren, las niñas por lo general caminan de gancho y cuidan de los más pequeños.

Todas menos una.

Caminando por el medio de un camino de arbolitos y con un aire descuidado viene Rebeca.

No parece interesarle la hora del almuerzo y mucho menos el cuidar de los más pequeños.

Rebeca tiene el pelo largo y negro.

No le gustan mucho las muñecas, pero se vuelve loca por el sonido de un cello,
le gustan muchos las flautas
y le prometió a su madre mejorar en dibujo técnico con tal de recibir una guitarra en su próximo cumpleaños.

Rebeca tiene más o menos diez años y una fobia a los niños que supera el miedo que Superman le tenía a la criptonita.

A Rebeca le gustaba jugar sola.

Un día a Rebeca se le ocurrió que sería buena idea compartir sus juegos con alguien.

Invitó a un par de amiguitos, pero se negaron de inmediato.

Que raro y peligroso podría ser con la niña que jugaba sola todos los recreos y que a veces parecía más niño que niña, pues le interesaba más ver los partidos de fútbol al descanso que jugar a la cocinita con sus amiguitas.


A Rebeca le costaba trabajo hacer amigos.


Un día conoció a un niño un tanto raro como ella.
Este niño tocaba el piano.
Al saber esto Rebeca de inmediato lo invitó a jugar con ella.
Estaba realmente interesada en compartir sus juegos y así perder la fobia que la alejaba del mundo de risas de los otros niños.

Al niño del piano pareció no interesarle la idea. Se fue sin decirle nada y cuando volvió a verla, jamás dijo algo que tuviera que ver con la invitación.

A Rebeca le dolió un poco.

Yo creo que le dolió más que cuando se raspó la rodilla por estar tratando de escalar el árbol del patio central del colegio.
Lloró un poquito, pero no le contó a nadie.
Ella tenía fama de niña fuerte, como todas a las que le gusta el fútbol, y no perdería su dignidad por un par de lágrimas.


Ya resignada, Rebeca decidió seguir jugando sola.


Por esos días llovía mucho y a Rebeca le gustaba esconderse en una pequeña cueva que quedaba cerca del lago de las ranas. Hacía frío, pero no se pasaba el agua, lo cual hacía que la protagonista de este cuento pudiera oler la lluvia y ver millones de gotitas suicidas sin necesidad de mojarse con siquiera una de ellas.

Rebeca le había dicho a un par de amiguitos acerca de su escondite, pero a nadie pareció interesarle.

Un día sonó el timbre del final del recreo.
Llovía, pero aún así, Rebeca estaba dispuesta a mojarse para no perderse la clase.
Ella era una niña muy responsable.

Cuando ya salía, escuchó una vocecita que decía su nombre. Al principio le pareció que era impresión suya, nada real, y decidió seguir su camino hacia el salón de clases.

Otra vez escuchó la vocecita y se devolvió para ver quien era.

Allá, encaramado en un árbol y en una cueva, que para ser construida le había tomado más de veinte recreos, estaba un niño al que sí parecía interesarle el escondite de Rebeca.

Ella, con algo de temor, le hizo caso y le contó su historia.

Al niño pareció interesarle el jugar con la niña rara.

Tanto así que tuvieron un par de encuentros en la cueva,
otro par en el camino de arbolitos
y un par de encuentros más
que jamás llegó.

Parece que los juegos de Rebeca no fueron tan buenos para este niño.

Ella lo buscó un par de veces y él ya no acudió a su llamado. Fue a buscarlo a la cueva del arbolito, pero ya no estaba.

Ni él,

ni la cueva.

Otra vez a Rebeca le dolió un poquito.


Creo que un poquito más que cuando le tatuaron las efes del cello en la espalda y su mamá indignada se negó a perdonarle semejante hazaña muy a pesar del dolor producido por el clavar de mil agujas.

¡Ah!

Olvidé decir que Rebeca ya no tiene 10 años.

La edad del colegio se multiplicó por tres y suma un año más.

Pueden imaginarse cuantos amiguitos ha invitado a su aburrida cueva con olor a lluvia.

Hasta el momento ninguno se ha quedado.

A Rebeca le gustaría mucho encontrar a su amiguito de juegos en una caja de cereales ya que al parecer así es menos peligroso que ir por ahí contándole los sueños a niños que ya tienen compañeritas de juegos y que encuentran en Rebeca solamente un pasatiempo.


Mientras tanto Rebeca sigue enamorándose del cello, escuchando conciertos para evadir el miedo y ahora canta.

Aprendió a cantar cuando se aburrió de llorar sola.






4 comentarios:

  1. http://www.youtube.com/watch?v=L5C99JyP2ns

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  2. Quiero ir a jugar con Rebeca, quiero que me enseñe a cantar, quiero toque el cello para mí. Por mi parte yo le leeré cuentos y poemas y yo la llevaré a descubrir simplicidades en lugares simples y asombrosidades en lugares asombrosos!!!! Me gustó y me enamoré

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  3. Rebeca no ha cambiado mucho... y es hermoso.
    https://www.youtube.com/watch?v=7rVW4Z70TfE

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