domingo, 21 de febrero de 2010

Espejito espejito.

Me la he pasado buscando espejos, pero hasta el sol de hoy la búsqueda ha sido fallida. Unos distorsionan mi imagen y hacen que vea que me falta brillo. Otras hacen que me vea muy grande, quizás muy vieja para los aretes que quisiera ponerme y llevar todos los días. Otros se rompen con solo verlos, y otros se ven tan finos y elegantes, que preferiría no correr el riesgo de desperdiciar mi dinero en lujos innecesarios. .....
El problema es que el espejo que tenía, tenía vida propia y se fue corriendo. Nunca supe el porqué de su afanosa carrera, pero lo que sí sé es que ese espejo no lo venden en todas partes. Es más. Ese espejo ni siquiera lo compré, me lo regalaron y yo también fui un regalo para ese espejo. Él era el espejo del corredor y yo era la porcelana de la mesa de en frente. Los días se pasaban muy rápido mirándonos el uno al otro. A él le gustaba mirarme y a mi me gustaba mirarme en él. Era mágico. Es como si nos hubieran sacado de la misma fábrica y a veces nos mirábamos tanto y tan fijamente, que parecíamos uno solo.
A veces a mi espejo no le gustaba que yo fuera hecha para no romperme tan fácilmente y veía en mi cosas que a los espejos no les gusta ver. A mi eso no me importaba. Era el mejor espejo que había podido existir en ese corredor tan viejo y frío, así que ignoraba lo que no le gustaba al compararlo con la luz que, al mirarme en él, se reflejaba en mis ojos. No era un espejo cualquiera.
Tenía miedo de que se rompiera. Por ahí dicen que si se rompe un espejo y uno se mira en él, uno se gana 7 años de mala suerte.
¡Ha! Pues yo no creo en la suerte y mucho menos en los agüeros. Y quien lo creyera, contra todos los pronósticos, este dichoso espejo no se rompió.
¡¡¡¡Sí!!! ¡¡¡¡No se rompió!!! Y vaya que hubo intentos.
La dueña de la casa, una señora vieja y fea, no se cansaba de criticar a mi amado espejo. Decía que era su favorito, pero no le prestaba mucha atención. El espejo se llenaba de polvo y se opacaba y por eso se ponía muy triste. Obviamente, si mi espejo se opacaba, también el brillo de mis ojos extrañaba la luz y mi corazón de porcelana comenzaba a doler y querer romperse.
De vez en cuando esta señora le pagaba a alguien para que limpiara a su espejo favorito. Ella no estaba muy contenta de tener una porcelana frente a él, de alguna manera yo era fuente de recuerdos que llenaban su corazón de amargura. Terminé en el corredor por accidente. Alguien me dejó ahí como muestra de agradecimiento por algún favor, pero a ella no le gustaban las porcelanas, mucho menos si eran de material resistente. Por eso me mandó al corredor más oscuro y feo de la casa.
Pero ahí estaba él.
El sol pegaba en lo frágil de su rostro y la luz que reflejaba iluminaba y calentaba mi soledad en esa casa. Ah! Y mi espejo tenía pecas. Nada me importaba. Si llovía, si hacía sol...ahí estaba mi espejito pecoso, diciéndome quien era la mujer más bella en toda la casa.
Así pasaron diez meses. Diez meses en los que reímos y lloramos juntos. En los que el sol salía y se escondía. En los que mi espejo se empolvaba y se dejaba limpiar pacientemente. En los que planeábamos escaparnos por una ventana para un día llegar a Francia. Teníamos ahorradas muchas moneditas de plata.
Tantos planes, tantos sueños, tantos cuentos...tantos días y tantos miedos.
Un día me desperté y ya no estaba. Le pregunté al cuadro que lo reemplazaba para dónde se había ido. Me dijo que escapaba y que no lo buscara.
¿Escapaba? ¿No le gustaba que fuéramos uno? ¿ya no necesitaba más a su muñeca de porcelana?
Así pasó. Se fué y mi vida como muñeca de porcelana tiene los días contados en esta casa. Me estoy aburriendo del frio. El cuadro que tengo al frente es muy amable pero ya olvidé el brillo que había en mis ojos. Extraño al espejo que se reía y al que me gustaba contarle las pecas. Voy a salir corriendo un día. Quizás con algo de suerte me lo encuentre por ahí a la venta en cualquier promoción de feria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario